febrero 06, 2013

Odorograma (Parte 3)

Por Abraham Ramírez



     No bastaría con capturar los olores más desagradables y después reproducirlos en una 'playlist' exclusiva y apestosa, debía idear la forma de hacerlo a distancia.  Para eso se me ocurrió utilizar el wifi de la tablet, para ordenarle a un segundo dispositivo, tal vez un smartphone, que reprodujera el olor escogido en el tiempo idóneo.  En realidad fue algo más simple de lo que imaginé, claro después de la quebrada de cabeza que me dí para lograr que el 'odorograma' funcionara, las demás cosas me parecieron más sencillitas.  Estaba todo listo, ahora, mi inteligencia debía resolver el misterio: ¿cómo entrar al 'Le Chateau' y realizar mi venganza?

     En realidad prefiero llamarle 'castigo' o 'justicia', porque la venganza no va conmigo.  Mucho menos con Lore.  Es una linda.  Creo que fue por eso que me dio tanto coraje lo que nos hicieron, por Lore y nada más.  Yo me hubiera aguantado simplemente, pero Lorena es tan dulce y tierna que jamás debería pasar por algo así.  Me volví a enojar.  Bueno, sigo.  Muy a pesar de saber que me desfalcaría nuevamente, cuando llegó mi quincena, regresé, esta vez yo solo, al 'Le Chateau'.  La misión era planear la estrategia, desde adentro.  Esta vez, me puse el traje que usé en mi graduación y obviamente no fui en bici.  La verdad, no porque sea yo, pero me veía muy guapetón y elegante.  Lo mismo pensó el viejo payaso de la recepción, porque inmediatamente me condujo, con extrema y empalagosa cortesía, a la mesita debajo del cuadro de los enamorados, la misma mesa de la que fuimos despojados la vez anterior.  Me dio un dolor de panza traidor al percatarme, de nuevo, de que las groserías nos las hicieron por Lore.  Por su tez morena.  Por su corta estatura.  Por su extraña ropa.  Por sus zapatos de chacha. Qué triste es juzgar a las personas por la apariencia.  Qué triste y qué tonto.

     Mientras bebía muy despacio el cafecito que pedí, me di cuenta de que a esa hora, el 'Le Chateau', estaba repleto.  Noté también, que en el centro del local, había una jardinera con varias plantas y un arbolito.  Era el sitio idóneo para esconder el dispositivo remoto, porque su posición estratégica permitiría repartir, a los desprevenidos clientes, los regalos aromáticos inesperados, y el cúmulo de plantas evitaría que se descubriera, rápidamente, de dónde venían los agresivos perfumes.  Los rubios y preciosos comensales no tenían la culpa de nada, pero era necesario atacarlos a ellos para que dejaran de ir al 'Le Chateau' y así aleccionar un poco a los pesados restauranteros.  Terminé mi café, y disimuladamente, me paseé por el objetivo.  Estaba decidido.  Pagué el café más caro de mi vida y salí del odiado sitio.

     El resto de la tarde lo dediqué a la captura de aromas...

     El baño de la estación de autobuses, el olor a sudor penetrante del interior del metrobús a horas pico, el camión de la basura, el área de pescados y mariscos del mercado, el sartén mal lavado donde previamente se cocinaron huevos,  el escape de la camioneta carcachuda de mi vecino, el baño de mi casa después de que entra mi tía Chanita, la olla de frijoles quemados, el aliento de una ex, los floreros del panteón, la panza de res cociéndose en la fondita cercana a mi casa, las carnitas hirviendo en su manteca,  los pies de mi suegro, la axila de mi suegro, mi suegro completo...  Todos estos perfumes delicadamente escogidos estarían pronto surcando el ambiente exclusivo de 'Le Chateau' y mimando a sus delicados y bonitos clientes.