Susana era una mentirosa. Uso el verbo en pasado, no porque Susana haya muerto ya o porque este sea uno de esos cuentos moralistas impersonales o algo parecido. Digo 'era' porque la última vez que la vi me dijo que ya no mentía, y siendo, yo mismo, un fiel creyente (y practicante asiduo) de que, una vez que reconoces tus miedos, defectos y manías, tienes el derecho y la obligación de luchar con amoroso valor hasta librarte de ellos, para crecer y ser mejor; no puedo negarme a creerle.
No recuerdo bien el día, mes ni año en que nos conocimos, sólo sé que la primera vez que platicamos a solas, le creí fácilmente todo lo que me contó, y no es que yo ande por ahí dudando de la gente y verificando la veracidad de sus relatos, es que Susana tenía un don natural para que los demás creyéramos, a la primera, todo lo que decía. No sé si era su modo infantil de hablar, su mirada tierna, el contraste precioso del blanco luna de su piel y el negro noche de su cabello o sus labios de color rosa barbie; lo que importa es que cuando me contaba algo, ni siquiera pasaba por mi mente la posibilidad de que no fuera la más pura y fidedigna verdad. Algún tiempo fue así. Me contó (con unos detalles maravillosos) de su ex-novio; de cómo había jugado con ella y de lo mal que la había tratado, yo terminé odiando al tipo aunque ni siquiera lo conocía. Me contó de cómo sufría con su impía madre (porque quedó huérfana de padre desde los 8 años) y con los malévolos maestros de la universidad y yo me comía las uñas buscando soluciones para ayudarla a resolver tantas absurdas e inexplicables injusticias. No podía entender cómo esa gente miserable andaba siempre intentando hacerla sufrir, a mí sólo se me antojaba quererla; con esa carita linda y tierna; y la vocecita de malteada de fresa que salía de su boquita en forma de corazón.
Después de un par de años de hacerla mi compañera de aventuras preferida, me di cuenta de que la quería más que al resto de mis amigas y nos hicimos novios. Sí, ya sé que te reirás cuando leas esto, pero no seas desesperada; aguanta a que termine al menos. Nos divertíamos bastante, la mayoría del tiempo éramos felices y la pasábamos muy bien y cuando alguno de los dos tenía algún problema, el otro lo apoyaba, así era, a grandes rasgos, nuestra relación. El asunto es que, una vez que me fui involucrando más en su vida y ella en la mía y que nos hacíamos mejores amigos, detalles recogidos involuntariamente de otras fuentes comenzaron a hacerme dudar de la veracidad de algunos de sus relatos. Entonces me obligué a poner más atención en todo lo que me decía. Me concentraba. Me conectaba. Repasaba sus versiones anteriores de las mismas historias vueltas a contar, ahora de maneras un poco diferentes. Notaba, cada vez con mayor claridad, cuando Susana mentía. Sus mentiras no eran descaradas, ni siquiera sé si es mentir, maquillar la verdad para que quede presentable para todos. Y es que esa era la especialidad de mi amada Susana. Según el receptor, era la versión. Yo me hacía un poco el ciego, porque creía que, al menos conmigo, era más sincera; después de todo, me quería.
El problema empezó, un día en que fui a dejar a Susana a su casa y sin querer nos encontramos a su mamá que regresaba de la tienda, con una bolsa de papel llena de pan. La muy 'odiosa arpía' saludó con una sonrisa muy sincera y cariñosa a 'Susi' y le dio un beso y un abrazo, luego con una hermosa amabilidad me invitó a merendar con ellos. Sí, dije 'ellos'. Susana no tenía hermanos varones, sólo una hermanita menor. El 'ellos' se aplica entonces porque a la cabecera se sentaba papá. Sí, el que había muerto casi veinte años atrás, milagrosamente se volvía a aparecer ante su familia sólo para merendar. Yo me senté a su lado izquierdo y fui testigo involuntario del milagro. Ya sé que no es gracioso. Fue muy incómodo. No podía concentrarme en la charla, y la primera impresión que los señores Luna tuvieron de mí, debe haber sido terrible. Pero llevaba un par de años creyendo que mi novia era huérfana y que en su casa la trataban con crueldad y por eso nunca tenía prisa en regresar y ahora debía platicar con el mismísimo demonio y un fantasma en persona y la verdad me sentía muy desubicado. Cuando por fin la sobremesa terminó y fui, cortésmente, invitado a retirarme; en el portón le pregunté a 'Susi' el por qué de su mentira. Recibí un drama como respuesta, las lágrimas rodaban sin control por sus hermosas y frías mejillas. 'Es que tú no sabes' decía entre sollozos. Yo no quise seguir fomentando la fingida escena, además recuerda que en ese entonces andaba casi a diario en bicicleta y ya pasaban de las diez, así que me despedí de ella sin que me aclarara nada. Pasé unos días haciéndome el enojado y aguantando, con muy poca fuerza, para no contestarle las llamadas, quería darle tiempo para que inventara una versión creíble de los hechos o de plano se animara a decirme la verdad. Los mensajes decían 'te extraño', solamente eso, ninguna razón, ni disculpa, ni un 'puedo explicarte todo'. La cosa es que un día me derrumbé y fui a esperarla a la salida de sus clases, en la universidad. Llegué unos segundos tarde porque tuve que dejar la bicicleta en un lugar seguro y el único estaba lejos de la puerta principal; así que corrí unos cuantos metros y al doblar la esquina e inconscientemente buscar a Susana, la descubrí en brazos y labios de Héctor. ¿Quién es Héctor? te preguntarás; pero estoy seguro que si repasas el relato unos segundos lo adivinarás.
Sí, la última vez que vi a Susana me dijo que ya no mentía. Nunca me explicó lo demás. Me costó un poco dejar a un lado el pasado y decirle que sí tocaría el teclado para que Normis cantara en su boda. Se casó con Héctor, el ex-novio malvado que la golpeó, la engañó, la utilizó, la trató como basura, la humilló, la pisoteó... Dirás que, seguramente, también eso era mentira y puede que tengas razón, pero hasta hoy sigo viéndolo como el verdugo de mi querida Susana y por eso rechazo todas las invitaciones que los señores Luna me hacen, últimamente, para merendar con ellos.
P.D: Ya sé que este no es un buen tema para escribir canciones, pero al querer rellenar los huecos que me dejaron las mentiras que Susana no quiso explicarme nunca, me descubrí como un buen inventor de teorías, y eso me llevó, sorpresivamente, a lo que ya te expliqué de mi trabajo en la carta anterior.