septiembre 18, 2019

Presente.

Por Abraham Ramírez



El tiempo.  Hablamos de él como si no fuera nada.  Como si fuera un objeto disponible y manipulable, como si lo pudiéramos conseguir en Amazon a diferentes precios o comprarlo a meses sin intereses en el Walmart más cercano.  Nos engañamos.  No hay 'Buen fin' ni promociones para obtenerlo.  Podemos intentar otros mil años viajar a través de él, al pasado o al futuro, lejano o inmediato; y no lo conseguiremos.  Se va.  Se pierde.

     Después de cumplir los 40 años, he tenido pesadillas con el mañana (cada vez más próximo), y me sorprende el miedo tan pesado que me recorre.  Le he temido a la muerte, la soledad, el desamor, las mentiras, las traiciones, al qué dirán, a los fracasos; pero este nuevo y desconocido temor es imponente y despiadado, más que todo.  Me preocupa no haber hecho nada que valga, que el legado que deje sea insuficiente, que mi presencia sea fácilmente olvidable por no haber logrado volverse importante.  En unos días, me operarán por primera vez y deben hacerme estudios de electrocardiograma, análisis de sangre y evaluación para ver si soportaré la anestesia.  Esta es una operación de un mal vesicular, que de hecho, fue encontrado por pura casualidad, mientras buscaban en mi cuerpo, vía ultrasónica, una razón para mi continuo malestar y cansancio.  En el 2017, por haber desarrollado un hipertiroidismo agresivo, me sometí a un tratamiento con yodo radiactivo, por consejo de mi endocrinólogo, que aseguró:  'después de generarse el hipotiroidismo, sólo será tomar una pastillita diaria para llevar una vida normal'.  Ya casi van a cumplirse tres años de eso y no ha llegado, ni siquiera, la normalidad; mucho menos la salud.  Extraño mi vida activa.  Andar en bicicleta, trepar árboles, jugar cualquier deporte por horas, caminar decenas de kilómetros sin sentir que me muero, viajar, pasar el día entero en el estudio haciendo música o creando historias.  Es cierto, muchas cosas terribles pasaron casi al mismo tiempo, la muerte de papá, el divorcio, los fracasos laborales; pero conocer las posibles causas no da ni una esperanza de llegar a la cura.  Me da miedo no ser el mismo cuando estoy con mis hijos.  Me desespera ese peso en los hombros cuando quiero jugar con ellos.  ¿Algún día podré volver o estoy en un declive permanente hacia la inutilidad?

     Seguiré intentando encontrar una forma de aceptar todo esto en paz.  Después de todo, no sé ver hacia el futuro y ya me acuerdo muy poco del pasado.  El mismo Jesús dijo: 'No se preocupen por el día de mañana, porque mañana habrá tiempo para preocuparse.  Cada día tiene bastante con sus propios problemas.'  Confiaré.  Seguiré.  Lucharé.  Si lees esto y estás sano y joven, no desperdicies el tiempo.  Vive, porque nada te devolverá el hoy, el presente; este momento que lleva nombre de regalo, tal vez, no por casualidad.