mayo 20, 2020

Divergencia

Por Abraham Ramírez Castillo



El único sentido de esta calle 
lo anduve en reversa, diagonal y sube y baja...
Me marché, regresé, me superpuse
y resolví que nada es absoluto, sino el tiempo
sólo el recorrer sutil de las edades
y la decadencia pesada de mi cuerpo...

Tú, sin embargo, vas creciendo
sin envejecer ni un poco, ni un instante
tal vez porque el secreto insiste en recordarte
cada vez más plena, amante, sonriendo...
como fuiste antes de lograr matarme.






abril 16, 2020

Crónicas de un cuarentón (balada 1)

Por Abraham Ramírez




Veinticinco o veintiséis años atrás, creí que el tiempo era largo, lento e interminable.  Pensé que podía equivocarme las veces que quisiera, porque el mundo era mío, estaba a mi alcance y no necesitaba pedirle permiso a nadie para vivir con las decisiones mal tomadas que yo quisiera hacer.  En esos días, mientras estudiaba el bachillerato en un colegio cristiano, conocí a una chica 7 años mayor que yo, y sí, me enamoré perdidamente de ella.  Por ser cortés, le pondremos un nombre falso:  Mimí.

     Su cabello era oscuro y rizado, y brillaba como las olas del mar por la noche en el malecón de Veracruz.  Su piel era muy clarita, casi del color de los bombones de durazno y perfumada de cítricos primaverales.  Sus cejas eran muy pobladas pero perfectamente delineadas, y tenía unos ojos de color café muy claro, como del color del té de manzanilla, decorados con pestañas negras, grandes y chinitas.  Su nariz era ideal para darle besos, y sus labios como gajitos de toronja, más rojos que una pitaya lista para ser mordida.  De estatura más baja que la mía y un cuerpo delgado y curvilíneo, Mimí tenía todo lo que a mí me parecía perfecto, incluidos esos piecitos pálidos de empeine alto, que se curvaban para estilizarse con tanta gracia, cuando caminaba descalza por su departamento.

     Pero lejos de su físico tan exageradamente bonito, resultó que era aún más linda por dentro.  En poco tiempo nos volvimos buenos amigos y salíamos; a veces con otros amigos y a veces solos.  Cada vez que la escuchaba hablar me sentía el tipete de 16 o 17 (por no ser exacto en las fechas) más preciosamente afortunado del mundo.  Mimí se volvió el centro.  Todo giraba como siempre, pero ella era ahora, mi mayor prioridad.  Sentía que sus risas, sus palabras, sus movimientos, me habían sido robados de la cabeza, de mis sueños más privados, porque ¿cómo se podía explicar de otro modo la coincidencia tan exacta entre ella y mi musa soñada?  Era increíble llegar a mi casa, después de haber estado a su lado, y tirarme en la cama, con mi guitarra negra al lado (Ariana), y procesar que todo era real: A ella también le gustaba estar conmigo.  Me prefería.  Me quería.

     Nuestro primer beso fue el mejor primer beso de todos.  Después de un rato de estar platicando con amigos en su depa, me pidió que la acompañara a la tienda.  Bajamos las escaleras, eran dos o tres cuadras hasta la tiendita más cercana, y no queríamos regresar tan de prisa a la convivencia.  caminamos lento, nos rozábamos las manos muy despacito mientras braceábamos. Llegamos al fin, compramos, salimos de la tienda y de nuevo suavizamos los pasos, cada vez más.  Al llegar a la esquina de la casa, Mimí me tomó de la mano.  Nos detuvimos y me dijo que no quería subir tan rápido.  Después de platicar un rato y vernos con ojos grandes y brillosos, ambos nos dijimos, por fin, que nos gustábamos, era algo que ya no se podía negar y poquito a poco, en cámara lenta, nos acercamos.  Mi corazón se sentía agitado, pero no descontrolado, era algo que había esperado por mucho tiempo y amé cada centímetro de aproximación.  Tomados ya de las dos manos, por fin nuestros ojos se cerraron y los labios se tocaron, se acariciaron, se recorrieron. Se conocieron.  Fue glorioso también el separarnos un poco, abrir los ojos y verla ahí, cerquita; tan cerquita de mí.  Mis labios humedecidos con su saliva se sentían frescos con la caricia de la brisa de las 8 de la noche y así, debajo de la luz de esa lamparita de techo de la casa de la esquina, me entregué completamente a la verdad:  Mimí era la primera chica de la que me había enamorado.