Según Abraham Ramírez.
Conocí a Toño en la Universidad de Montemorelos, sólo de vista; en el año 1996. Ya desde entonces, los cerrados de mente, hablaban mal de él a sus espaldas; sin embargo, los mismos; siempre le pedían ayuda para cantar tenor, o para cualquier otra cosa de las muchas para las que era bueno.
Yo no estuve más que un semestre en esa universidad, pero en el año 1998 Toño llegó a vivir a mi ciudad, Puebla. Un tanto porque me vió potencial (jeje) y otro porque ya había cantado en 'Emmanuel', me invitó a su primer proyecto aquí, una obra de teatro navideña. Desde entonces comencé a conocerlo, su manera tan profesional de hacer las cosas, sus planes tan ambiciosos, tan a lo grande. Fue con él que vi por primera vez un estudio de grabación y cómo se hacen las cosas ahí, también fue por él que canté en un teatro, hasta de a solista alguna vez, sueños que no me atrevo a decir que hubiera cumplido de no haber sido por él. Cuando estábamos en su estudio no se molestaba de que le preguntara, como niño en juguetería, para qué servía esto o aquello, hasta parecía que le hacía feliz aclararme las dudas.
Pasaron los años, Toño y su familia se mudaron a Macuspana, Tabasco, y pronto se notó su ausencia. Algunos tratamos de hacer proyectos siguiendo la inercia de su trabajo, pero no, no era tan fácil como parecía cuando Toño lo hacía. Pasé años complicados tratando de servir sin saber cómo, hasta que dejé de asistir al templo, por la simple tristeza de no sentirme útil. Mientras Toño, Betty y las niñas, estuvieron en Macuspana; hicieron tantas maravillas como Dios les permitió y tocaron a muchas personas con su ministerio.
Al paso de algunos años, Dios los regresó a Puebla, cuando lo supe, recuerdo bien, sentí una inmensa alegría; tardó mucho mi sonrisa. Volví a ‘visitar’ mi iglesia, con la esperanza de volver a hacer lo que, a mi parecer, es lo que Dios espera de mí. Mi amigo estuvo feliz de regresarme mi lugar en sus proyectos, sin importarle que otros me tacharan de malo por mi ausencia. Cómo se gozaban nuestros ensayos del coro los sábados de tarde, gracias a Toño, hasta tengo nuevos y muy buenos amigos. El coro es una bendición para todos nosotros. Otra vez estaban las cosas en su lugar. De nuevo sentía esa felicidad, esa alegría de cantarle a Dios, de dedicarle mis talentos tan asustados, por decirlo de algún modo.
De nuevo los conciertos, las grabaciones, las giras… La última de ellas, la de Nanchital-Cosoleacaque, estuvo llena de momentos geniales, pero Toño ya se notaba cansado. Su enfermedad lo cansaba. No lo queríamos reconocer. Queríamos pensar que sólo estaba así por tanto trabajo o por manejar; o qué se yo, queríamos que estuviera bien. Esa noche, de regreso, me dejó manejar la camioneta. Él era mi copiloto. Viajamos toda la noche, platicando de miles de cosas referentes a la música, al estudio, a las interfaces de audio, los micrófonos, los monitores, los secuenciadores… él se dormía a ratos, cada vez más largos. Estaba cansado. Creo que fue la última vez que platicamos mucho. Él se fue de gira a la zona maya con el cuarteto Eben-Ezer, otra más de sus creaciones, y nosotros, los del coro; quedamos de vacaciones. Quién podría adivinar que sólo nos reuniríamos de nuevo por dos ensayos muy breves para la participación en el FELIGRUP. Ese día, lo vi más cansado que nunca. Toño, como siempre, oró con nosotros antes, pidiéndole a Dios que aceptara nuestra alabanza y que nos ayudara a hacerlo bien, porque todo lo que hacíamos era para su honra. Después de bajar del estrado no lo volví a ver. No supe más de él hasta que me enteré de la trágica noticia. ¿Cómo Señor, pudiste dejarnos sin nuestro amigo? ¿Qué vamos a hacer ahora?
Toño:
No eras perfecto; pero ¿quién lo es? Eras un instrumento y nada más, a través de ti, Dios hizo maravillas conmigo; y estoy seguro de que también con muchos más. Te voy a extrañar demasiado, pero prometo luchar por hacer las cosas, en mi vida, ‘a lo grande’, quiero seguir tu ejemplo en lo grande de tus obras, y en la dedicación completa de tu vida.
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