julio 23, 2012

Póstumo

Por Abraham Ramírez



     Fueron los últimos días que te tuve.  Si tan sólo hubiera sabido que no te volvería a ver después, me habría asegurado de disfrutarte completamente, sin ninguna restricción de nada.  Hoy te extraño.  Te añoro.  Me despierto para taparte en las madrugadas frías, pero me muero de tristeza al tocar con desesperación la cama y no encontrarte.

     Era domingo en la mañana.  Tu caminabas en la plaza de artesanías y yo, sentado en una jardinera leyendo un libro sobre ciencia ficción, te vi pasar.  Llevabas un morralito de muchos colores brillantes, una blusa de manta, una falda larga de colores, menos llamativos; unos huaraches lindos que dejaban ver tus deditos traviesos y algunos otros accesorios que completaban tu imagen, que contrastaban con tu piel tan clara.  ¡Qué linda hippie! pensé.  Pero caminabas tan aprisa que, aunque hubiera sido de los que se animan al coqueteo, no te hubiera podido hablar.  Esa fue la primera vez que te vi.  Para la noche de ese domingo, ya tenía una canción que hablaba de ti y varios posibles nombres para llamarte:  Adriana, Lupita, Silvia, Mariana, Alejandra... aunque en realidad eso no importaba, me gustabas aunque terminaras llamándote Lucila o Domitila.

     Pasaron algunos meses, y ya te había olvidado un poco, pero te volví a ver.  Ahora comías unas 'picaditas' en un puestito del mercado.  Te veías tan linda otra vez.  Ahora tu ropa no me impactó tanto como tu hermosa boca mordiendo tu desayuno.  Me armé de valor y me senté a tu lado (gracias al cielo estaba desocupado) y pedí lo mismo que comías tú.  Al cabo de un ratito, de tanto ver hacia abajo, porque soy un penoso de lo peor, me fijé que traías unos tenis iguales a los míos.  Esa perfecta e inesperada coincidencia me abrió el camino para hablarte.
-Son cómodos ¿verdad? -Tú terminaste el bocado y te limpiaste, con mucha propiedad, con tu respectivo pedacito de papel de estraza.
-Sí, están muy cómodos. -Volviste a morder y tomaste un traguito de champurrado.
-Me llamo Fernando ¿y tú?
-Lucía.  -Sí, ya sé, casi le atino con uno de los nombres que no me gustan, pero te quedaba genial.  'Lucía', 'Lucía', 'Lucía'...

     Terminamos casi al mismo tiempo y después de pagar nuestras respectivas cuentas salimos, juntos y platicando, del mercado.  Me dejaste acompañarte hasta tu casa y me diste tu número telefónico.  Yo flotaba y me perdía, pero cada vez que hablabas, me proponía regresar a la tierra para no perderme de nada de lo que decías.

     Después de eso salimos varias veces juntos.  Siempre fuiste una excelente compañía, y una increíble fotógrafa, con un sentido maravilloso de la estética y el color.  Me gustaba mucho verte con la cámara en los ojos y escuchar el click mecánico del obturador cerrándose y guardando, en una cinta, un poquito de tu visión del mundo.  Disfrutaba estar contigo y lo mejor era que tú también disfrutabas estar conmigo.  Creo que fue eso lo que nos hizo tan apegados.  Tan unidos.  Nos atrajo, más que la simple apariencia, nuestra construcción completa, por dentro y por fuera.  Recuerdo que en más de una ocasión me dijiste que la física era muy interesante cuando yo te la explicaba, que hasta podrías haber escogido ser mi colega si me hubieras conocido antes.  Yo también pude haber sido un fotógrafo empedernido si te hubieras aparecido un poquito antes en mi camino.  Nos hicimos novios en abril y nos casamos en septiembre.  Este abril, sin embargo, no estarás conmigo para celebrar nuestro cuarto aniversario.  Nunca celebramos tanto el día de nuestra boda como el de nuestro primer beso aquella tarde, cuando nos hicimos novios; después de todo, las bodas sólo son una consecuencia de algo más.

     Unos meses antes de que se agravara tu enfermedad, te llevé a Coyoacán, a la casa azul de Frida.  Parecías tan enamorada de los colores y del ambiente de aquel lugar; de la arquitectura, de los árboles tan llenos de historias.  Me dijiste que, a pesar de lo mucho que te llenaba el ojo, te gustaba más yo y me besaste.  También fuimos a algunos conventos cercanos y a Cuernavaca.  Fue ahí donde empecé a notar tu cansancio.  Ya no tomabas tantas fotos.  Ya no caminabas tanto.  Nuestro viaje duró menos de lo planeado y regresamos a casa.  Los días siguientes fueron de análisis, hospitales, medicinas... angustia.

     Fueron los últimos días que te tuve.  Si tan sólo hubiera sabido que no te volvería a ver después, me habría asegurado de disfrutarte completamente, sin ninguna restricción de nada.  Hoy te extraño.  Te añoro.  Me despierto para taparte en las madrugadas frías, pero me muero de tristeza al tocar con desesperación la cama y no encontrarte.




julio 09, 2012

Gabino (Parte 20)

Por Abraham Ramírez


     Después de aproximadamente 15 minutos, el Cabo Lauro Zepeda, se despertó.  El otro mono, el golpeador, tardó un poco más.  Esperamos hasta tener a los dos en sus cinco sentidos para interrogarlos.  Bueno, Octavio se encargaría de hacerlo.  El Cabo, amigo del ex-prometido de Ariadna y también hijo de su tío materno, miraba a mi amigo policía,  en veces con enojo y en otras con miedo.  Como Octavio tenía un rango más alto, quizás le pesaba lo que vendría.  Los tres tipos estaban amordazados y quietos.  Al fin, todos estuvieron despiertos, y después de quitarles la mudez, Octavio inició sus preguntas.

-Lauro, ¿me quieres explicar de una vez que carambas significa esto?  Habla.  -El tipo quedó callado un ratito y luego se confesó, como si estuviera con el cura de su parroquia.
-La verdad mi sargento, es que, yo siempre estuve enamorado de mi prima.  Cuando supe que había terminado su compromiso con el idiota de su novio,  y que había regresado a la ciudad, me dediqué a buscarla.  Me dio mucho coraje encontrarla por fin y verla con este tipo.  
-Ah caray, me saliste medio pervertido Zepeda.  Bueno ¿pero cómo es que andas con este otro sujeto? ¿Sabes que es un matón de Plutarco Benítez?
-Sí, bueno... le explico  mi Sargento.  Este chango es mi hermano.  Yo logré que dejara esa bandita con la que andaba.  Lo malo es que no consigue trabajo y anda de ocioso.  Un día me acompañó a espiar a mi prima y reconoció a este cuate... -Me señaló con la vista.
-El Señor Gabino, háblale con respeto.
-Bueno, bueno... el chiste es que lo reconoció de aquella vez que le sonaron los de Benítez.  Después de eso fue fácil idear un plancito para que pareciera que era asunto de él.  Yo lo único que quería era asustarlo para que dejara a mi prima en paz. Ya pues, ya me cachó mi Sargento, ya déjeme ir ¿no?
-Nada de eso Laurito.  Estás en un buen lío.  Bueno, mira.  Vamos a hacer un trato.  Primero:  me vas a prometer que vas a dejar en paz a tu prima.
-Se lo prometo, ya hasta me olvidé de quién es... 
-Segundo:  Tú y tu elegante hermanito, van a decirme todo lo que necesitemos saber sobre Benítez.  A cambio de eso, nosotros, en especial yo, voy a fingir que esto nunca pasó y te voy a ayudar a encontrarle trabajo a tu carnalito.  ¿Estamos?
-Está bueno mi Sargento.  Perdone, qué pena lo sucedido hoy.
-Ay Lauro, tú eres un buen sujeto, mira las idioteces que andas haciendo.


     Octavio y Darío levantaron a los tres hombres y los llevaron a la salida a empujones y zapes, aunque a mí me quedaba la duda del origen de la sangre en el patio.  Ariadna se me acercó, me abrazó por la espalda y me dijo: 'Perdóname, resultó que fui yo la que te metió en problemas'.  La abracé con cariño y emoción, por sentirme, por fin, seguro con ella, por el peso que se nos quitaba al ver a Octavio y Darío llevándose, por fin, a los tres locos esos.  Ya estábamos muy cansados; por el día tan largo, por lo recio que nos seguía pegando el pasado, por las desventuras...  Además estaba muy entrada la madrugada, así que decidimos irnos a dormir.  Mientras cerraba con mucho cuidado todos los accesos de la casa, Ariadna me acompañaba.  Había algo que no entendí, ¿cómo es que ella no reconoció al hermano de Lauro Zepeda? Se supone que era también su primo.  O tal vez era sólo medio hermano de este y no conocido en la familia de Ariadna.  No pregunté más, le dí un beso en la frente de 'buenas madrugadas' y la arropé en la cama junto a las otras dos que no querían dormir solas.  No podía culparlas, ni yo quería dormir solo.  Cuando el sol salió nadie se dio por enterado.  Nuestro pedido de merengues de ese día llegó tarde a todos sus destinos. 


     Con el paso de los días, Octavio me mantuvo al tanto de las investigaciones acerca de Plutarco Benítez.  Al parecer se había mudado al extranjero por lo de su enfermedad, cosa que me aliviaba mucho.  Lo que aún no sabían era el paradero de las 'niñas'.  No era muy lógico que se las hubiera llevado, pero tampoco se sabía nada más, parecía que simplemente habían desaparecido.  Darío seguía sin poder seguirle el rastro a su hermana.  De los tres tipos supimos poco, pero sustancial.  Al parecer el cabo Zepeda obedeció al pié de la letra a su superior y se olvidó de una vez por todas de molestar a Ariadna.  El hermano, obtuvo un empleo en una peletería cerca del Parián, y al parecer estaba haciendo buen trabajo ahí.  El otro, no recuerdo como se llamaba, pero era muy joven, se unió a las filas de protegidos de Octavio, consiguió un empleo y con la ayuda de los demás 'hermanos' del clan, enderezó el camino.  A ninguno le quedaron secuelas físicas por los acontecimientos de esa noche (salvo las puntadas en la cadera del tipo no identificado por mí), pero definitivamente sí cambió mucho su situación moral.  


     Ariadna y yo, recuperamos poco a poco nuestra vida.  Las caminatas por las tardes mojadas se volvieron a hacer frecuentes y cada vez más esperanzadoras.  Las visitas a la biblioteca, las mañanitas de merengues, los planes para el futuro y los sueños compartidos; se volvieron a hacer más importantes que todo.  Casarnos ya, era lo único que queríamos.  Por fin fijamos una fecha.  Sería en el mes de abril cuando mi señorita maravillosa y yo dejaríamos de ser 'novios' y procuraríamos formar un hogar propio, nuevo, prometedor.  Aunque siempre me sentiría el responsable de todos mis hermanos, como un padre, vamos, para ellos; era tiempo de serlo en el sentido estricto de la palabra, de tener una descendencia propia.  Ariadna soñaba con ser madre y yo sólo podía soñar en el futuro más próximo y deseado a su lado, con ella, mi princesa, para siempre.