Fueron los últimos días que te tuve. Si tan sólo hubiera sabido que no te volvería a ver después, me habría asegurado de disfrutarte completamente, sin ninguna restricción de nada. Hoy te extraño. Te añoro. Me despierto para taparte en las madrugadas frías, pero me muero de tristeza al tocar con desesperación la cama y no encontrarte.
Era domingo en la mañana. Tu caminabas en la plaza de artesanías y yo, sentado en una jardinera leyendo un libro sobre ciencia ficción, te vi pasar. Llevabas un morralito de muchos colores brillantes, una blusa de manta, una falda larga de colores, menos llamativos; unos huaraches lindos que dejaban ver tus deditos traviesos y algunos otros accesorios que completaban tu imagen, que contrastaban con tu piel tan clara. ¡Qué linda hippie! pensé. Pero caminabas tan aprisa que, aunque hubiera sido de los que se animan al coqueteo, no te hubiera podido hablar. Esa fue la primera vez que te vi. Para la noche de ese domingo, ya tenía una canción que hablaba de ti y varios posibles nombres para llamarte: Adriana, Lupita, Silvia, Mariana, Alejandra... aunque en realidad eso no importaba, me gustabas aunque terminaras llamándote Lucila o Domitila.
Pasaron algunos meses, y ya te había olvidado un poco, pero te volví a ver. Ahora comías unas 'picaditas' en un puestito del mercado. Te veías tan linda otra vez. Ahora tu ropa no me impactó tanto como tu hermosa boca mordiendo tu desayuno. Me armé de valor y me senté a tu lado (gracias al cielo estaba desocupado) y pedí lo mismo que comías tú. Al cabo de un ratito, de tanto ver hacia abajo, porque soy un penoso de lo peor, me fijé que traías unos tenis iguales a los míos. Esa perfecta e inesperada coincidencia me abrió el camino para hablarte.
-Son cómodos ¿verdad? -Tú terminaste el bocado y te limpiaste, con mucha propiedad, con tu respectivo pedacito de papel de estraza.
-Sí, están muy cómodos. -Volviste a morder y tomaste un traguito de champurrado.
-Me llamo Fernando ¿y tú?
-Lucía. -Sí, ya sé, casi le atino con uno de los nombres que no me gustan, pero te quedaba genial. 'Lucía', 'Lucía', 'Lucía'...
Terminamos casi al mismo tiempo y después de pagar nuestras respectivas cuentas salimos, juntos y platicando, del mercado. Me dejaste acompañarte hasta tu casa y me diste tu número telefónico. Yo flotaba y me perdía, pero cada vez que hablabas, me proponía regresar a la tierra para no perderme de nada de lo que decías.
Después de eso salimos varias veces juntos. Siempre fuiste una excelente compañía, y una increíble fotógrafa, con un sentido maravilloso de la estética y el color. Me gustaba mucho verte con la cámara en los ojos y escuchar el click mecánico del obturador cerrándose y guardando, en una cinta, un poquito de tu visión del mundo. Disfrutaba estar contigo y lo mejor era que tú también disfrutabas estar conmigo. Creo que fue eso lo que nos hizo tan apegados. Tan unidos. Nos atrajo, más que la simple apariencia, nuestra construcción completa, por dentro y por fuera. Recuerdo que en más de una ocasión me dijiste que la física era muy interesante cuando yo te la explicaba, que hasta podrías haber escogido ser mi colega si me hubieras conocido antes. Yo también pude haber sido un fotógrafo empedernido si te hubieras aparecido un poquito antes en mi camino. Nos hicimos novios en abril y nos casamos en septiembre. Este abril, sin embargo, no estarás conmigo para celebrar nuestro cuarto aniversario. Nunca celebramos tanto el día de nuestra boda como el de nuestro primer beso aquella tarde, cuando nos hicimos novios; después de todo, las bodas sólo son una consecuencia de algo más.
Unos meses antes de que se agravara tu enfermedad, te llevé a Coyoacán, a la casa azul de Frida. Parecías tan enamorada de los colores y del ambiente de aquel lugar; de la arquitectura, de los árboles tan llenos de historias. Me dijiste que, a pesar de lo mucho que te llenaba el ojo, te gustaba más yo y me besaste. También fuimos a algunos conventos cercanos y a Cuernavaca. Fue ahí donde empecé a notar tu cansancio. Ya no tomabas tantas fotos. Ya no caminabas tanto. Nuestro viaje duró menos de lo planeado y regresamos a casa. Los días siguientes fueron de análisis, hospitales, medicinas... angustia.
Fueron los últimos días que te tuve. Si tan sólo hubiera sabido que no te volvería a ver después, me habría asegurado de disfrutarte completamente, sin ninguna restricción de nada. Hoy te extraño. Te añoro. Me despierto para taparte en las madrugadas frías, pero me muero de tristeza al tocar con desesperación la cama y no encontrarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario