Nunca...
Siempre...
Hasta ahora, creo que algunas ocasiones has usado mal esas dos palabras. Las aplicas sin restricciones al hablarme, sin saber lo que provocarás o sin que te importe aún sabiéndolo.
- Nunca me has querido como yo a ti.
- Siempre me quedas mal.
- Nunca me escuchas.
- Siempre te vas.
- Nunca te quedas.
- Siempre me fallas.
- Nunca regreses.
- Siempre es lo mismo.
- Nunca le atinas.
- Siempre la riegas.
Y podría continuar con la lista, pero no es el chiste de esto que recuerdes tus frases ni que me las vuelvas a decir, sólo quería hacerte notar dos cosas:
- Siempre, desde que te hiciste necesaria para mí; te he querido con un amor más comprometido y puntual que la puesta del sol o el fin de año. Está allí aunque a veces no lo quieras ver o necesitar. Aunque en ocasiones te canse o te estorbe, porque sé que cuando te aburras de ser tan dolorosamente autosuficiente, puedes querer estar conmigo, necesitarme; y me gusta estar ahí para ti.
- Nunca te he ignorado. A veces trato de ser fuerte, para que tus arranques peleoneros no me duelan, pero por favor cariño, no confundas mi decisión consciente de permitirme elegir que algo me dañe o no, con ignorarte. Nunca he querido hacerte daño. Sé que te he hecho sentir mal sin querer, porque no soy perfecto, pero no me digas que siempre te fallo o que nunca te he querido como tú mereces.
- Nunca me canso de escucharte y conocerte.
- Siempre me gustas.
- Nunca dejas de ser interesante.
- Siempre logras sorprenderme.
- Nunca dejes de ser tan admirable.
- Siempre llenas lo que tengo vacío.
- Nunca dejas de crecer.
- Siempre que lees me gusta estar ahí e imaginar.
Nunca olvides que te amo para siempre.