Por Abraham Ramírez
Estabas acurrucada en mi pecho, y yo acariciaba tu cabello en completa paz. Después de que te voltearas y tocaras mi cara con tu manita derecha, vi tus ojos color miel sonriéndome y desperté.
Algunas noches he tenido sueños así. Algunas no; algunas eres cruel y me desprecias, me odias, me haces daño con plena consciencia, y te da gusto verme revolcar de dolor y quedarme sin palabras. Te fuiste desde hace mucho. Desde entonces he soñado contigo, diariamente, sin falta, sin escape. Después de soñarte despierto agitado, emocionado y en paz (hermosa paradoja) si el sueño es bonito; y perturbado de muerte si en mi noche tú viniste sólo a terminar con mi tranquilidad, y a hacerme cosas impensables para ver mi llanto.
El psicólogo me dijo que debo dejarte ir, incluso me ha dado técnicas para terminar con 'mi enfermiza dependencia de ti y de tu recuerdo incesante y pesado'. Créeme, he hecho todo lo que me dice, pero aunque he logrado avances cuando estoy despierto y parece que ya no voy a acordarme más, en cuanto me acuesto y comienzo a soñar, apareces entre la reciente oscuridad, como el vapor de una taza de café, y todo el escenario se forma y se pinta en torno a ti, tú eres la protagonista de todo lo que sucede en mi absolutamente adormecido cerebro.
Esta noche, cuando duerma, quisiera tener la seguridad de que cuando llegues, podremos viajar juntos a algún lugar que no hayamos visto nunca, y que el encanto de descubrirlo juntos, nos llevará a sabernos mejor así, a sentir que el mundo gira porque nosotros lo decidimos y no porque debe hacerlo.
He llegado a la conclusión de que Dios me manda los sueños contigo, buenos y malos, para que pueda llenar los vacíos que dejaste con tu partida, para que me siga construyendo nuestra historia y no te olvide, porque quizás pronto estaré yo también contigo y con él, y no quiere que al verte, haya perdido el temblor perfecto y saludable que siempre me ha provocado tu amorosa e imprevisible presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario