diciembre 21, 2016

Diciembre

Por Abraham Ramírez



Moría ahogado con mi propia sangre, que no dejaba de brotar y se sentía cálida y perversa mientras me impedía respirar y me negaba rápidamente la vida; tú seguías perforando mi vientre una y otra vez con un cuchillo de cocina con manija morada.  Lo hundías en mí con una facilidad fría y desesperadamente suave.
Tus ojos estaban muy tiernos y claros y fijos en los míos, pero tu boca bien pintada y perfectamente cerrada me sonreía socarrona...  cuando sentí que estaba usando ya mi último respiro, desperté.

     El problema es que, en realidad, hoy, este día terrible de diciembre, preferiría que me enterraras ese cuchillo o cualquier otra cosa que me matara de un sólo golpe, o al menos en un ataque violento y efectivo a seguir muriendo lentamente cada día, cada segundo; desprenderme de mi vitalidad con cada exhalación y cada pensamiento desmembrante; mientras escribo, mientras como, mientras doy clases, mientras me baño o intento dormir con el eterno terror de volver a soñarte fría, descompuesta, transformada y al mismo tiempo, liberada de mí.


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