agosto 10, 2018

La lluvia se llevó todo.

Por Abraham Ramírez



Disminuido, solo, respirando aún a rebanadas y probando la acidez salada de sus propios mocos y sus lágrimas, se sentó pesadamente en un rincón techado de las escaleras.  Repasaba las escenas de la reciente historia sucedida, y sobre todo, la del desenlace, que esa misma tarde, mientras el cielo se oscurecía detrás de las nubes color miseria, había ocurrido.  Pequeñas gotitas cayeron, pero luego de un rato se secaron, como dándole un ejemplo de coraje o miedo.  El cigarro encendido, la canción de banda, la bofetada en el recreo, la minifalda, las palabras fastidiadas, los ojos fríos, el desprecio, la puerta azotada, las mentiras, los gritos tan ajenos, las groserías estúpidamente dichas, los besos infieles, las caricias fingidas; cada cuadrito de video era elegido con exactitud por su cerebro para producir un contundente mediometraje de miseria.  Se sentía sucio por dentro. Despreciable.  Despreciado.  Estaba arrepentido de haber tardado así en entenderlo todo.  En entenderse del todo.  ¿Por qué necesitó tantos indicios para ver lo que para otros era obvio?  Se odió. La odió.  Como nunca antes había odiado.  Se golpeaba la cabeza con el puño derecho, clavando lento, pero con intención de lastimar, las filosas falanges en la frente.  Un tambor ansioso que marcaba el ritmo violento de una guerra perdida.  Gemía, se callaba, y de repente chillaba de nuevo; como cuando era niño y lo dejaron tan solo aquel primer día en el kinder.  Como aquellas noches silenciosas después de que su madre se fugó con un antiguo novio, mientras él sobrevivía al tercero de primaria y a su padre tristemente roto.  Había pasado por tanto y ahora todo eso se le hacía tan poco comparado con ella. Con él estando con ella.  Sin ella.

     El estallido de un trueno retumbando muy cerquita lo regresó a la realidad, y por un momento dejó de verse y de verla, en esa regresión inútil.  Grandes gotas pesadas comenzaron a caer por todos lados en un latir desesperado y muy constante.  El techito que lo había protegido tan eficazmente de la llovizna temprana era inútil ahora ante aquella tormenta.  Jaló los bloqueos acuosos de la nariz, tragó  y trató de respirar profundo.  Irónicamente, se secó los ojos debajo de la tremenda lluvia.  Un gatito asustado de color ciruela pasa se acurrucó entre sus piernas.  Lento y temblando por el frío y su estúpida amorosidad,  lo acarició.  El gatito maulló con tristeza y lo miró perdido.  De repente, reflejado en esos ojos color selva de Chiapas, se sintió protector y necesario otra vez.  De nuevo se entregó, como siempre, sin importarle nada, ni su reciente amor pisado.  Detrás de él, grandes pasos angustiados cruzaban a toda prisa la plaza:  "Mijo, me imaginé que te había agarrado la lluvia, mira nomás cómo estás".

     Papá, hijo llorón y gatito de ojos verdes, acurrucados dentro de un paraguas azul marino, se perdieron de vista detrás del edificio A-2 de la Plaza 'el triangulito', debajo del agua ruidosa y constante.  Del desamor, la soledad y la amargura, no quedó nada; la lluvia se llevó todo.


















1 comentario: