septiembre 20, 2023

Martes

 Por Abraham Ramírez


Él:

Desde agosto, si no me equivoco; desde agosto.   Después del 15, porque recuerdo que ese día había pasado a pagar la cuenta del internet y llegué 5 minutos tarde al trabajo.  Llevaba casi tres años trabajando en la oficina, con horario de las 9 en punto de la mañana, hasta las 5.  Ese era el horario utópico y acordado, pero la verdad era que solía salir hasta después de las 7, para no dejar pendientes ni dudas de mi compromiso con la empresa.  Después del 15, pero no recuerdo la fecha exacta.  Lo que sí es obvio es que era martes, tal vez 17 o tal vez 24.  Chela, la jefa de personal, llevaba ese día una blusa muy escotada y me insinuaba sus grandes frontales mientras me regañaba con coquetería por mi tardanza.  Yo seguí caminando hasta mi escritorio y no le hice mucho caso.

     Serían como las 11:00 a.m. cuando la vi por primera vez.  Salió del cubículo 7, usualmente desocupado, hablando no sé qué cosas con Chela y Marcos, el gerente.  Arreglada hermosamente con un vestido de corte vintage azul marino y unos zapatos rojos de correa al tobillo; con el cabello ondulado, hasta los hombros, enmarcando su rostro bonito de niña.  Me le quedé mirando perdido y ella, tal vez porque sintió mi vista, volteó hacia mí y yo no pude más que esbozar una tonta sonrisa nerviosa y bajar la mirada. Regresó sola a su cubículo y no volvió a salir de ahí hasta las 6 en punto.  Pasó en frente de mi cubículo y dijo `buenas tardes, hasta luego' y al levantar la vista para responder la cortesía me encontré de nuevo con sus ojos de caramelo y pude verla por fin en una toma más exacta.  Era la mujer más hermosa que hubiera visto.  Respondí con otro 'hasta luego' y sentí un vacío en el estómago y una tremenda ansiedad al verla oprimir el botón del ascensor (¿descensor?). 

     Al día siguiente, me desperté muy emocionado de saber que la vería de nuevo.  Me puse mi camisa más bonita, la que me hacía ver más delgado y guapo, desayuné ligero y salí antes de lo habitual para no tener que pedalear tan rápido y no llegar sudado o despeinado.  Serían como 8:50 cuando ya estaba instalado en mi cubículo con el computador prendido y fingiendo que no estaba mirando al recibidor cada 5 segundos.  Dieron las 9, las 10, las 11.  No llegó.  Tampoco el jueves, ni el viernes.  No quise preguntar por ella.  Pensé que tal vez era mejor, y así se me fueron el sábado y domingo.  El lunes fingí que no estaba emocionado y llegué a la hora de siempre.  Tampoco llegó.  

     El martes, ya habiendo perdido la esperanza, llegué sudado y despeinado a las 9:03 a.m., me metí a mi cubículo y encendí mi máquina.  Serían como las 11:30, creo, cuando sin esperarlo, sin prevenirme; con un vestido verde con florecitas pequeñas y el cabello recogido en una hermosa cola de caballo; llegó hasta mi cubículo para preguntarme algo de las claves de la red. No sé qué cara habré puesto.  No recuerdo ni qué le contesté, pero me dijo 'gracias, está linda tu oficina' y se fue.  Todo el día estuve pensando en un pretexto para ir a su cubículo a decir o preguntar algo, pero no me convenció nada y así a las 6 en punto, apagó su pc y tomó su bolso; caminó por el recibidor, dijo: 'hasta luego' y se fue de nuevo.  

     Han pasado ya dos meses y siete martes.  No he podido hablarle.  Sólo me quedo viéndola irse y me muero de ganas de aventarme por la ventana, para ponerme enfrente de su auto y decirle: no te vayas, estoy en agonía por no saber de ti, eres lo más interesante de mi mundo, por favor quédate o llévame a donde sea que vayas...


Ella:

Desde agosto.  Desde que comencé a ir a hacer auditorías a esa empresa. Cada martes sin excepción, me pongo lo más linda que puedo, a ver si por fin se anima y me habla, me invita un café o al cine.  Pero no. Me dan ganas de renunciar a mis otros clientes y pedir un trabajo de planta ahí, para verlo a diario; para que tenga más tiempo de conocerlo y decirle que me encanta su carita, me fascina que no hable ni sea como los demás, que amo que sea tan tierno y tan correcto.  Tan hermoso.  Amo los martes porque lo veo.  Odio los martes porque me despido y debo esperar otra semana para volver a ver sus ojos de perrito triste y me voy desesperada y gritándole mentalmente que me abrace.













https://soundcloud.com/larcbleu/martes-ft-luanys?si=cca94929d91c457f94be306a0e0acc5e&utm_source=clipboard&utm_medium=text&utm_campaign=social_sharing

enero 25, 2023

Crónicas de un cuarentón (balada 3)

Por Abraham Ramírez Castillo 



El dicho dice: 'recordar es volver a vivir', pero bien podría decir 'es volver a morir'.  Al menos eso sentía al llegar al final de ese sube y baja que fue mi 1994.  Llevaba el corazón reptando por todos lados, después de que Mimí volvió a su pueblo natal a casarse con su novio, porque sí, mientras aquí, este chico de 17 años la consideraba lo más grande del universo, allá, en algún lugar del norte de México, había un tipo maduro y realizado esperándola para ofrecerle un futuro serio y seguro.  Su decisión fue la correcta y la sensata, pero eso no me quitó el dolor de sentirme abandonado y sin argumentos ante lo que yo creía entonces, había sido mi más grande amor.  Si hubiera adivinado lo que vendría después, en el inicio del siguiente año, me hubiera parecido un poco menos aniquilante el evento reciente.  Pero no, no hablaré aún de 'ella', porque sería contar páginas y páginas de años de obsesiones y amor y desencantos y amor y destrucción y amor y soledad.  Hoy quiero recordar un lugar perdido; ya también lejano, pero más tranquilo y lleno de dulce luz.  

     En el verano del 2002 decidí probar en la universidad pública de mi ciudad.  Era mi cuarto intento de estudiar una licenciatura, pero esta vez, en lugar de recurrir a las universidades privadas que tanto me habían frustrado, decidí aventurarme a lograr pasar el tan temido examen de admisión, y por fin re-cursar hasta terminar la licenciatura en Diseño Gráfico.  Estudié, pregunté lo que no sabía de la guía, sobre todo en las matemáticas, que siempre fueron mi coco, y por fin llegó el día.  Mi sede fue la facultad de medicina.  Ese día llegué muy temprano en mi golfito 89, me estacioné, oré por última vez y me metí a buscar el salón en el que haría la prueba.  Nos dieron las instrucciones y empezamos.  Llenar las planillas de respuestas era genial.  La verdad, aunque estaba muy nervioso, lo disfruté mucho.  El tiempo que tardaron en publicar los resultados se me hizo una eternidad, y constantemente me cuestionaba si había contestado bien o me había traicionado la mente sugiriéndome respuestas equivocadas a cosas que sí sabía.  Pero por fin, el día llegó.  Muy temprano fui a comprar el periódico para buscar lo que todos los examinados queríamos encontrar: nuestro nombre con una calificación suficiente para entrar a la licenciatura deseada.  Y sí, allí estaba mi nombre con un flamante 863 de 1000 al lado, que me hacía celebrar como si ya me estuviera titulando.  

     Fue el primer día de clases.  Me pudo haber tocado cualquiera de tres horarios: matutino, intermedio y vespertino, pero fue el primero, igual que a ella.  ¿Cómo deberíamos llamarle? Ariadna.  Hermoso para alguien tan genial.  Me senté en la tercera fila de mesas, y de repente la vi entrar.  Fue muy curioso, porque se me hizo demasiado parecida a Mimí; el cabello, las cejas, la complexión, el color de su piel.  Ella entró al salón y se sentó en una fila detrás, no estoy seguro de cuál, si la siguiente o la última.  La primera clase nos presentamos todos; yo estaba un tanto avergonzado por tener que decir mi edad, pues me sentía ya muy viejo para estar apenas empezando de nuevo.  Me sentía viejo entonces.  Una ridiculez comparado con cómo estoy ahora.  Pero lo interesante es que supe su nombre.  Tenía dos: el segundo era el mismo que el de 'ella', de quien no quiero hablar aún; y el primero, el mismo de mi novia de la secu.  Demasiado idílico y tormentoso para un enfermo terminal de necesidad de amar como lo era entonces.  

     Al siguiente día me senté en la última fila, no por ella, sino porque me sentía más cómodo ahí, menos observado.  Ella llegó un pelín más tarde y se sentó a mi lado.  Me dijo 'hola' y empezamos a platicar como si nos conociéramos de siempre.  Era hermosa; cada vez se me hacía menos parecida a Mimí.  Me hablaba con una seguridad y simpatía que me encantaba.  Me hacía preguntas acerca de mi edad, de mi familia, de mis trabajos y no creo equivocarme en decir que es la mejor conversadora que he conocido.  Su vida había sido tan distinta a la mía, pero se sentía tan familiar, tan cercana.  Nos hicimos excelentes amigos y buenos compañeros de clases.  Me he extendido demasiado ya ¿no es así? Y apenas estoy comenzando esta historia.  Por ahora terminaré diciendo esto: en una clase de diseño básico (que por cierto, me aburría un poco porque era mi cuarta vez cursándola), Ariadna y yo platicamos más de la cuenta, y la maestra (que también era hermosa) nos castigó:  Ariadna y yo debíamos preparar la siguiente clase, para darla ante el grupo: Forma, Interacción y Estructura; que para entonces ya dominaba bastante bien.  Así que Ariadna y yo nos pusimos de acuerdo para estudiar y preparar nuestra clase.  Ese fue el momento y el lugar ideal para nosotros.  Repasando, explicándole, haciendo láminas, leyendo a Wucius Wong.  Fue allí, desde su admiración por mis conocimientos y mi admiración por su brillo y genialidad que nació entre nosotros un cariño muy limpio y tierno; que aún me hace recordarla con genuino agradecimiento por haberse aparecido, en ese lugar, en esa forma y en ese momento decisivo de mi revoloteada, volátil y necia vida.

Continuará...