Por Abraham Ramírez
Él:
Desde agosto, si no me equivoco; desde agosto. Después del 15, porque recuerdo que ese día había pasado a pagar la cuenta del internet y llegué 5 minutos tarde al trabajo. Llevaba casi tres años trabajando en la oficina, con horario de las 9 en punto de la mañana, hasta las 5. Ese era el horario utópico y acordado, pero la verdad era que solía salir hasta después de las 7, para no dejar pendientes ni dudas de mi compromiso con la empresa. Después del 15, pero no recuerdo la fecha exacta. Lo que sí es obvio es que era martes, tal vez 17 o tal vez 24. Chela, la jefa de personal, llevaba ese día una blusa muy escotada y me insinuaba sus grandes frontales mientras me regañaba con coquetería por mi tardanza. Yo seguí caminando hasta mi escritorio y no le hice mucho caso.
Serían como las 11:00 a.m. cuando la vi por primera vez. Salió del cubículo 7, usualmente desocupado, hablando no sé qué cosas con Chela y Marcos, el gerente. Arreglada hermosamente con un vestido de corte vintage azul marino y unos zapatos rojos de correa al tobillo; con el cabello ondulado, hasta los hombros, enmarcando su rostro bonito de niña. Me le quedé mirando perdido y ella, tal vez porque sintió mi vista, volteó hacia mí y yo no pude más que esbozar una tonta sonrisa nerviosa y bajar la mirada. Regresó sola a su cubículo y no volvió a salir de ahí hasta las 6 en punto. Pasó en frente de mi cubículo y dijo `buenas tardes, hasta luego' y al levantar la vista para responder la cortesía me encontré de nuevo con sus ojos de caramelo y pude verla por fin en una toma más exacta. Era la mujer más hermosa que hubiera visto. Respondí con otro 'hasta luego' y sentí un vacío en el estómago y una tremenda ansiedad al verla oprimir el botón del ascensor (¿descensor?).
Al día siguiente, me desperté muy emocionado de saber que la vería de nuevo. Me puse mi camisa más bonita, la que me hacía ver más delgado y guapo, desayuné ligero y salí antes de lo habitual para no tener que pedalear tan rápido y no llegar sudado o despeinado. Serían como 8:50 cuando ya estaba instalado en mi cubículo con el computador prendido y fingiendo que no estaba mirando al recibidor cada 5 segundos. Dieron las 9, las 10, las 11. No llegó. Tampoco el jueves, ni el viernes. No quise preguntar por ella. Pensé que tal vez era mejor, y así se me fueron el sábado y domingo. El lunes fingí que no estaba emocionado y llegué a la hora de siempre. Tampoco llegó.
El martes, ya habiendo perdido la esperanza, llegué sudado y despeinado a las 9:03 a.m., me metí a mi cubículo y encendí mi máquina. Serían como las 11:30, creo, cuando sin esperarlo, sin prevenirme; con un vestido verde con florecitas pequeñas y el cabello recogido en una hermosa cola de caballo; llegó hasta mi cubículo para preguntarme algo de las claves de la red. No sé qué cara habré puesto. No recuerdo ni qué le contesté, pero me dijo 'gracias, está linda tu oficina' y se fue. Todo el día estuve pensando en un pretexto para ir a su cubículo a decir o preguntar algo, pero no me convenció nada y así a las 6 en punto, apagó su pc y tomó su bolso; caminó por el recibidor, dijo: 'hasta luego' y se fue de nuevo.
Han pasado ya dos meses y siete martes. No he podido hablarle. Sólo me quedo viéndola irse y me muero de ganas de aventarme por la ventana, para ponerme enfrente de su auto y decirle: no te vayas, estoy en agonía por no saber de ti, eres lo más interesante de mi mundo, por favor quédate o llévame a donde sea que vayas...
Ella:
Desde agosto. Desde que comencé a ir a hacer auditorías a esa empresa. Cada martes sin excepción, me pongo lo más linda que puedo, a ver si por fin se anima y me habla, me invita un café o al cine. Pero no. Me dan ganas de renunciar a mis otros clientes y pedir un trabajo de planta ahí, para verlo a diario; para que tenga más tiempo de conocerlo y decirle que me encanta su carita, me fascina que no hable ni sea como los demás, que amo que sea tan tierno y tan correcto. Tan hermoso. Amo los martes porque lo veo. Odio los martes porque me despido y debo esperar otra semana para volver a ver sus ojos de perrito triste y me voy desesperada y gritándole mentalmente que me abrace.
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