octubre 18, 2013

Nuestra metamorfosis.

Por Abraham Ramírez



     Te dije que mañana sería tarde.  Lo es.



     Platicar contigo fue emocionante.  Tu sonrisa era el marco perfecto para la cantidad increíble de sorpresas inquietantes que salían de tu boca.  Eras muy atractiva para mí.  Me gustaba lo que hacías.  Sí, me refiero, obviamente, a tu trabajo, pero también a lo demás; todas esas actividades cotidianas en tus ratos libres.  Tus aficiones, aunque no eran las mismas que las mías, combinaban perfectamente con ellas, casi como si hubieran sido meticulosamente elegidas en un catálogo de 'actividades similares/empáticas'.  Podríamos trabajar juntos en muchos proyectos interesantes, de esos que se hacen por la simple necesidad sentimental de hacerlos.  El punto es que, desde que te vi, posibilidades infinitas cruzaron mi mente.

    Después de varios meses de convivir, se hizo obvio que había cierta atracción entre nosotros.  Pasábamos mucho tiempo juntos y cada vez lo disfrutábamos más.  Cada momento libre era seguro que estaríamos haciendo algo creativo, lo que fuera, pero siempre juntos compartiendo las ideas locas de nuestras despeinadas e inquietas cabezas.  Era inusitado para mí, después de mis desamores pasados, sentirme tan pronto aficionado a alguien y sobre todo en ese grado superlativo, pero tú sabías ya que me gustabas y yo no me interesaba en ocultártelo.

     Era jueves, estoy seguro; cuando te besé por primera vez (¿o a caso me besaste tú?), y te pregunté si querías ser la señorita que me acompañara, que me diera besos y abrazos cariñosos, que me revitalizara con su cariño constante y a quien yo cuidara y mimara con ternura del niño más noble a su querida maestra.  Dijiste que sí y me besaste (esta vez sí estoy seguro de que fuiste tú quien me besó).

     Los meses pasaron y tuvimos problemas, como todos.  Como en otras ocasiones nosotros mismos ya habíamos tenido, con otras personas con las que intentamos también ser felices; porque ¿para qué podríamos querer estar con otra persona, constantemente, si no es para ser felices?  Lo cierto es que de la nada, tal vez por descuidos de ambos; las sonrisas fueron menguando y su ausencia dio lugar a malos entendidos, a peleas... a desesperación.  Me celabas demasiado, por las cosas más tontas y por la gente más increíble.  Yo quería seguir siendo feliz contigo, pero parecía que tú te empeñabas, con todo tu ser, en que no lo fuera.  Nuestras salidas de luz ahora eran tortuosas y no había acuerdo ni para el lugar o la hora de las citas.  Te enojabas de que saliera con nuestros amigos en común si tú no estabas.  Te enojabas de que no contestara rápido el móvil (como si alguna vez lo hubiera hecho)... te enojabas de que me desconectara de facebook... te enojabas de todo...

     Lo triste es que, en mi mundo personal; pasaste de ser la 'linda compañera' a la 'tortuosa capataz'.  Extrañaba mucho tu otro modus.  Pensé que siendo tierno contigo te olvidarías de esa actitud, pero sólo conseguí, que tus arranques fueran más fuertes y terribles cuando llegaban.  Intenté ser menos cariñoso y más firme.  Sólo conseguí berrinches y escenas espantosas en lugares públicos.  Cansado de todo te invité a nuestro café favorito y te expliqué, con mis palabras más sobrias y claras, que ya estaba -hasta el cogote de esa faceta tuya, que si seguías así no podríamos estar juntos, que te quería, que extrañaba tu lado A, que mañana podría ser tarde para nosotros- pero tú, con increíble maestría, me hiciste una escena dramática y te saliste del local llorando y limpiándote los mocos, mientras todos los comensales del café me miraban con ojos acusadores, como listos para recoger piedras del suelo y cubrirme de ellas con satisfacción.  No había piedras, pero pagué la cuenta y me salí de ahí, antes de que usaran comida para vengar 'tu honra de mujer'.

     Dejé de verte por un par de semanas.  Tú escribías a diario más de una decena de indirectas 'muy directas para mí' en tu muro de facebook e iniciabas conversaciones públicas en las que sólo los tipos que querían ligarte contestaban, e interactuabas con ellos con coquetería tan empalagosa, que tuve que ocultar todas tus noticias.  Era muy triste verte así, pero lo que más me dolió fue darme cuenta de que en el punto más consciente de mi cerebro, ya estabas catalogada como una persona tóxica, nociva para mi salud emocional y en consecuencia para la física.  Dejé de buscarte.  Tú no hiciste nada por arreglar las cosas;  hasta hoy.  Esta mañana colgaste un mensaje en mi muro:  'Ya te perdoné, ¿me invitas una crepa?' En otro momento, me hubiera sentido emocionado y hubiera esperado el momento de verte y comernos juntos una de nutella, besarte, abrazarte, contarnos nuestro día; pero esta vez no me hizo efecto alguno.  Tal vez si hubieras usado otro medio, si me hubieras venido a buscar a la oficina para arreglarlo todo... si no hubieras caído tan bajo de salir con tu ex-novio, del que tanto te quejabas, llevarlo al café que descubrimos juntos y presumirlo por toda la red hasta con fotos, si no me hubieras atacado y tratado de hacer quedar mal con todos nuestros amigos; si yo no fuera tan cerebral... tal vez si en lugar de escribirme 'ya te perdoné' me hubieras escrito 'perdóname'.  Pero hoy ya no quiero más de esto.  Te quiero demasiado para verte sin ganas, para abrazarte con desconfianza.  Te dije que mañana sería tarde.  Hoy lo es.


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