mayo 08, 2014

Pesadilla.

Por Abraham Ramírez



Son incontables las veces que has venido, en mis noches, a mi sueños, pero aún es inexplicable para mí la evolución terrible que ha tenido tu personaje; cómo te has ido transformando, de la alegría, la princesa, la esperanza y la sirena; en el verdugo, la asesina, la traición y la agonía.  Me despierto siempre cuando aún no sale el sol, con el corazón agitado y la cabeza adolorida, con los ojos llenos de miedo y la boca seca, como si hubiera estado corriendo por horas y estuviera a punto de la deshidratación; siempre contigo en la última escena de mi sueño; contigo y la maldad que llegas a izar contra mí, inesperada y horrible. Podría suponerse que, una vez despierto mi miedo termina, en unos minutos, en lo que tardo en levantarme y leer mi porción diaria de la Biblia y comenzar mis actividades cotidianas; en lo que me preparo el desayuno y enciendo el ordenador para crear.  No es así, el verte cada día en la realidad, por las tardes, es más agónico.  Es deprimente y frío comprobar que en persona eres mucho más cruel que un simple sueño, quizá, porque mi mente pequeñita y aún tontamente esperanzada no puede soñarte como en realidad eres; quizá porque tú tienes el control mayoritario de mi psicología, porque me conoces tan bien que sabes cómo, cuándo y dónde lanzar un ataque, una palabra, una mirada y lastimarme profundamente.  Sabes que te temo.  Yo también lo sé.  Entramos juntos en esta faceta de nuestra vida y me duele desesperadamente entenderlo y aceptarlo.  A veces quieres salirte y me pisoteas para hacerlo.  Luego regresas y vuelves a atropellarme para entrar.  Yo ya no sé qué hacer.  Intento mil y un cosas para mantenerme sereno y siempre firme, pero tarde o temprano me vences.  Soñarte ya no es el problema.  Es vivirte.  Es quererte.  Es esperarte.  Es conocerte.  Es esta absurda historia que arrastramos.  Es entender de golpe que todo ha sido en vano.  Es avanzar e ir dejando atrás la incertidumbre y ver todo tan claramente.  La claridad es el problema.  La nitidez.  El futuro...

     Me quedé pensando la siguiente frase; de repente entraste sin tocar y me dijiste: "¿Perdiendo el tiempo de nuevo verdad?  Sigue así, yo voy a salir y no sé a qué hora regreso".  Te marchaste sacudiendo tu hermosa cadera, mientras yo, con mis ojos más tontos, pude ver en tu preciosa y suave pierna derecha la marca de una mordida que yo no había hecho.









No hay comentarios:

Publicar un comentario