octubre 08, 2014

El concierto.

Por Abraham Ramírez



De pie ahí, justo en la esquina de esa calle oscura, trató de tomar la decisión correcta.  Sabía que todos se oponían a sus nuevos planes, y eso la ocupaba más de la cuenta los últimos días; sin embargo, encontrarse en ese lugar desconocido, casi a la media noche, le había hecho olvidar un poco la disyuntiva que recientemente la atormentaba.  No sabía cómo había terminado allí.  En algún momento, alguna vuelta en dirección equivocada, un pensamiento en falso, una distracción agazapada...
       Todas las calles de Coyoacán le parecían iguales, las mismas casas, los mismos árboles, las mismas rejas retorcidas.
     El concierto terminó a las 10:15 p.m. y pensó que si corría podría alcanzar el último metro, transbordar en 'Salto del agua' a la línea 1 y llegar a San Lázaro, tomar el autobús de 'Estrella roja' a las 11:00 u 11:15 y estar en casa a la 1:30 a.m. a más tardar.  Pero los planes no siempre resultan, al menos a ella no siempre le resultaban, tal vez por eso, llevaba ya un par de horas sumida en esa nueva complicación.  Decidió doblar a la derecha en la siguiente esquina y le pareció que recobraba el camino correcto porque se le hizo conocido el puente que, cuando inició el día, había pasado después del centro comercial.  Corrió con la respiración acelerada y arrítmica, y con las piernas torpes y enfermas de tedio y nervios, apretando contra su pecho la bolsita de cuero.
     Por fin encontró la estación del metro, pero sus latidos, como música africana retumbando en su cabeza, le nublaban la razón y la hacían dudar y creer correctas todas las posibilidades.  Había olvidado la ruta que debía seguir.  Todos los nombres de las estaciones se le hacían posibles vías de regreso a casa.  La terrible soledad del lugar, la tardanza del tren, el trío de malvivientes que quebraban botellas del otro lado de la vía, las luces blancas, el borracho dormido en el piso a unos metros de ella, el olor a miedo y a gente sucia y sola, las odiosas caras sonrientes de las personas congeladas de la abundante publicidad... Se recargó en la pared del andén, y cansada y desesperada se dejó caer metiendo la cabeza en las rodillas flacas.  Se rindió. Se durmió.





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