febrero 23, 2016

Renacer (parte 1)

Por Abraham Ramírez



La mañana despertó ese día con un color azul brillante y con canciones de pajaritos pardos escandalosos que jugaban y revoloteaban en el patio, como los niños de la primaria a la hora del recreo.  Sandra, apretó de nuevo las manos.  Quería ver lo que escuchaba en el exterior, pero su mamá no había venido aún a traerle el desayuno y a abrir la cortina derecha, así que por ahora, se tenía que conformar con imaginar y ya.  Curiosamente, el reloj marcaba ya las 10:25 a.m., y todos los días, su madre cruzaba la puerta a las 8:30, de forma tan puntual, que hubiera incomodado a cualquier aeropuerto.  Sandra, empezó a llamar con su vocecita más potente, que en todo caso, no pasaba de ser un maullido discreto, pero mamá no contestó.  Las 11:17, las 12:38 y mamá aún no aparecía por la puerta y Sandra seguía en ayuno y un poco a oscuras, por culpa de las gruesas cortinas que tapaban las altas ventanas.  Comenzó a imaginar lo peor.  Intentó sentarse en la cama, y aunque logró hacerlo, el esfuerzo consumió toda la energía almacenada para el resto de la semana, y apenas pasaba de la 1:00 p.m. del martes.

     Sandra sufría de una debilidad total e inexplicable.  Desde que tenía memoria, su rutina siempre había sido la misma:  Estar en cama, recibir las visitas de mamá tres veces al día, para comer, y leer un par de páginas de su libro de cuentos.  Después de cada comida y de la corta lectura, Sandra caía de nuevo en un sueño muy pesado y necesario por un par de horas.  Así, había ya cumplido los 12 años.  Curiosamente, no recordaba haber ido a ver a un médico o recibido la visita de uno.  Su enfermedad, la fue forzando y acostumbrando a la rutina de ser una niña totalmente dependiente y de nunca salir de su habitación.  Ni siquiera podía ir al baño ella sola.  El reloj marcaba ya las 2:49 y Sandra seguía retorciéndose en la cama, con hambre, ganas de hacer pipí, el dolor de cabeza y huesos de siempre y sobre todo con la incertidumbre y la preocupación por la inesperada e inexplicable ausencia de su madre.
   
(Continuará)






febrero 22, 2016

Manuscrito antiguo.

Por Abraham Ramírez



En ese momento sus ojos, tan negros como el labial de un vampiro urbano, palidecieron.  La fuerza incansable de sus delgadas manos se debilitó, hasta el punto que sufría aún al realizar los movimientos más básicos.  Ya no quiso saber de nada ni nadie, no quiso entender, no quiso ver.

    Esa sensación de vacío y de torpeza, le duró mucho tiempo, semanas, hasta que una tarde, sin saber muy bien por qué, retomó la lectura de la conversación que había causado toda su reciente recaída.  Lo ilógico, lo terrorífico, fue notar, después de leer con cuidado y sin ese sentimiento paranoico y defensivo; que él nunca había dicho (escrito) nada para lastimarla, que nunca le dijo 'no te quiero' ni 'te voy a dejar' o 'ya no te soporto', que en sus frases no había más que paciencia y razonamiento, sin embargo en las suyas, en las que ella había escrito sin cuidado esa tarde soleada de febrero, se notaba el desamor, el desenfado, la violencia y la frustración de la que ella había creído, todos los días de su muerte lenta, haber sido la víctima.  Era ella la que ya no amaba más, la que ya no soportaba, la que sentía una rabia incontenible e irracional que le parecía quemar las entrañas y necesitaba expulsar en forma de charla en línea o de cualquier otra manera de fácil alcance.  Fue ella quien habló.  Fue ella quien hirió.  ¿Cómo era posible entonces, que hubiera creído durante días, semanas enteras, lo contrario? ¿Cómo era posible que en su consciente más entero fuera ella víctima y no verdugo?  Las lágrimas comenzaron a lloviznar y mojarla, hasta tornarse en una lluvia selvática. Trató de comunicarse con él, en línea, por teléfono, en persona; pero no lo consiguió; él ya no pudo más con sus constantes ataques de rabia, con la depresión continua y la necesidad de explicaciones y decidió terminar con su vida, la misma tarde soleada de febrero en la que ella, en su modo más psicótico, había escrito, otra vez, sin pensar.