diciembre 12, 2022

Crónicas de un cuarentón (balada 2)

Por Abraham Ramírez



En aquellos días, me sentí preparado para tener un nuevo amor.  Había salido ya de esa pesada depresión que me cubrió después de haber visto a mi hermosa novia de la secu besándose con otro sujeto, tras distanciarnos, sin yo quererlo ni entenderlo, en esas vacaciones de verano.  El transitar de grado y escuela siempre me molió; en cada uno de los casos: preescolar-primaria, primaria-secundaria y este más reciente; secundaria-bachillerato.  Los cambios me habían resultado terriblemente inciertos, y esa sensación de inseguridad me daba un agudo dolor de estómago todas las mañanas cuando me alistaba para ir al colegio. No quería ir a clases.  Mi papá se había ido de la casa por esos días y eso me tambaleó mucho más.  Como que en una secuencia, tan difícil para mí, de transformaciones; esta última había resultado terminal.  En consecuencia, dejé de asistir a clases y después de terminar el primer bimestre fui dado de baja del COBACH U-14, al que había ingresado con mucho esfuerzo y estudio; causándole a mamá otra pena más.

     En este período extraño me centré en las actividades en mi iglesia, en donde a pesar de no tener muchos años de asistir, ya tenía algunos amigos.  Una de ellas, Clara, se fue haciendo importante.  Era uno o dos años menor que yo.  Su cabello era negro, rizado y abundante y siempre olía a Palmolive Optims.  Su tez era morenita y suave, como de bebé.  Tenía unos ojos muy lindos y oscuros, cejas hermosas bien definidas, nariz recta y linda y tiernos labios color magenta.  Cada vez empezábamos a pasar más tiempo juntos y nos hacíamos amigos muy cercanos, sin duda nos gustábamos y compartíamos buenos momentos. Obviamente terminamos volviéndonos novios.  Clara me mandaba cartas perfumadas y decoradas con plumones de colores vibrantes.  Nos compartíamos cassettes con canciones cristianas y creo que, al menos al principio, nuestra relación parecía ir muy bien y me hacía sentir alegre y esperanzado.

     Es difícil recordar exactamente cómo, cuándo, o en cuánto tiempo echamos a perder todo.  En ese año 93, con las hormonas a tope y mucha soledad en casa, terminamos besándonos más de la cuenta, en piel más privada y con menos ropa.  Era inevitable para ambos ese afán de descubrimiento y caricias.  Me enloquecía el aroma de su boca que se esparcía por mis sentidos alterados, la cercanía de su vientre, el roce incesante de nuestras piernas ansiosas.  Pero a pesar de que nos propasamos de lo que creo era lo normal, no llegamos a más.  No sabíamos cómo, y creo que en realidad, no nos hacía falta; porque lo que habíamos hecho era ya demasiado y suficiente para un par de niños solitarios buscando cariño.

     Pero había más en Clara de lo que yo había percibido hasta entonces. Un secreto extraño.

     Una noche que esperábamos un taxi porque era hora de llevarla a casa, después de pasar la tarde juntos; Clara se empezó a sentir mal y se desmayó en plena calle.  Yo me asusté mucho y no supe qué hacer. Torpe e inmaduro, se me ocurrió llevarla a urgencias en el hospital universitario.  Allí nos recibieron y la metieron a un cuarto, mientras un doctor con anteojos de armazón metálico y poco pelo me hacía las preguntas de rutina: ¿Qué pasó?, ¿qué comió?, ¿tiene alguna enfermedad?, y otras que no recuerdo.  Yo seguía en shock y contestaba con dilación.  Al fin de cuentas, nos dijeron que no era nada, que quizás se le había bajado el azúcar o algo así, nos recetaron un par de medicinas y nos dejaron ir.  Lo bueno era que yo tenía algo de dinero ahorrado y pude pagar todo.  El doctor me dijo en privado y como con complicidad: Ten cuidado.  Como Clara dijo ya sentirse mejor, retomamos el camino y al fin llegamos a su casa, a horas muy pasadas de la hora de permiso.  Días después, con una llamada furtiva, me contó que le habían pegado sus abuelos, otra vez, que la habían regañado mucho y la habían corrido de la casa.

     Clara no tenía ninguna enfermedad, al menos en ese entonces.  Tampoco se había desmayado de verdad.  Soñaba, a su tierna y hermosa edad, por fin escapar de su casa.  Pensó que tal vez, si las cosas se hacían cada vez más problemáticas e íntimas entre nosotros, sus abuelos querrían casarla conmigo y ella podría venir a vivir en mi casa y por fin dejar atrás ese lugar que odiaba.  Fue difícil, pero yo no quería eso, no estaba listo.  Tenía todavía muchas dudas acerca de mi futuro académico y en general de todo.  Me hubiera gustado ser yo su héroe, quien la sacara de su realidad pesada, pero no lo hice.  No pude.  Aún ahora, después de casi treinta años, me pregunto si fue lo correcto.  Supongo que sí.  Solo resta decir que Clara y yo terminamos y ella pudo encontrar a un héroe diferente sólo un par de años después; mientras cursábamos el bachillerato.  Por fin se fue de casa de sus abuelos.  Espero que esté mejor ahora.  Que sus labios tiernos sonrían mucho y las memorias pesadas de la vida que no le gustaba se hayan diluido y convertido, poco a poco, en algo lindo de recordar.

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