Canción 1.
Regresión.
La primera vez que crucé estaba hablando conmigo sobre ti. Me disponía a salir a verte. No tenía ya mucho tiempo para terminar mi labor de embellecerme y me untaba la cara con espuma para despojarme del odiado bigotito de dos días. No quería que nada impidiera que, si otra vez conseguía que me besaras, te fuera lo más suave posible; lo más tierno y agradable, porque después de todo, así era lo nuestro. Terminé de prisa. Dos pequeñas gotitas de sangre se asomaron, pero se fueron inmediatamente con el agua caliente. Ahora a terminar de vestirme, cosa que siempre parecía dificultarse más cuando el tiempo que tenía para hacerlo se acortaba con pasos rápidos. Después de probarme varias camisas y dejar dos pantalones arrojados en la cama creí estar listo. Sólo faltaba peinarme. Mi cabello nunca ha sido generoso conmigo; incluso lo he escuchado burlarse de mí cuando intento hacerle algo que no está dispuesto a cumplirme. Me puse un poco de gel en las manos y comencé a repartirlo 'uniformemente' sobre mi cabellera lacia y nada dócil. De pronto noté una manchita en el espejo que tenía una forma geométrica, como una estrella de 8 puntas, un tanto redondeadas. Me pareció rarísimo, porque llevaba ya varios años viviendo en esa casa solo; y yo era el único que usaba el espejo ¿cómo era posible que no la hubiera visto antes? Me acerqué para verla mejor. La raspé con la uña, pero parecía estar por debajo del cristal, no por encima. Lo curioso fue, que al alejarme y re-enfocar la visión, la manchita comenzó a agrandarse, e incluso, juro que la vi girar.

Caminé. Nada era como ayer. Me daba vueltas la cabeza. Entré a una tienda 'nueva', saqué un refresco sabor naranja del refrigerador y me lo tomé de un sólo trago. Me sentí mejor. Nunca me habían gustado las bebidas gaseosas, pero eran más baratas que los jugos y llevaba poco dinero; además algo en ese 'burbujear' me hizo sentirme más en la realidad, quizás sólo necesitaba un poco de azúcar, quizás algo frío. Saqué mis monedas y las puse en el mostrador. La señora me vio con extrañeza y me sonrió. -Sólo porque estas monedas me recuerdan cosas- me dijo y las guardó. No entendí. Salí sintiéndome un poco mejor. Seguí caminado y con trabajo encontré mi casa. Para seguir haciendo mi día raro; el color, hasta ayer azul pastel de la fachada, porque así le gustó siempre a mi padre y mi madre insistía en recordarlo de esa forma, no era más azul pastel. Era amarillo. La reja, abría para el lado contrario. Ya me estaba acostumbrando a las rarezas. Me metí al patio y crucé el jardín. Por lo menos el rosal de mi abuelo era el mismo y estaba en el lugar de siempre. Abrí la puerta de la casa. Escuché la voz de mi madre - ¿Eres tú hijo?- Me hizo tan feliz escuchar su voz que ni contesté, corrí hasta donde estaba y la abracé por la espalda. -Estoy feliz de volver mamá, estoy muy feliz- Mi madre, se volteó; y me abrazó. Yo tenía los ojos cerrados y la abrazaba con fuerza.
-Me da gusto verte después de tantos años- me dijo. 'Me da gusto verte después de tantos años', 'me da gusto verte después de tantos años'... 'me da gusto verte después de tantos años'... ¿Después de tantos años?
Me despertó el repiquetear del teléfono móvil. Entreabrí los ojos pero los cerré de nuevo casi instantáneamente. Tentando sobre el edredón de mi cama encontré el teléfono al fin y a ciegas apreté el botón verde:
- ¿Bueno?- alcancé a decir;
- Amor, qué pasa; ayer no llegaste y no me has llamado, ¿estás bien?
- Sí, estoy bien, perdona, creo que me quedé dormido.
- Por lo menos me hubieras avisado, me tienes preocupada; pero a ti qué te importa, ¡eres un desconsiderado! ¡bien me lo dijo tu madre cuando vivía!- y colgó.
Mi madre tenía ya más de diez años en el cementerio municipal. Y yo estaba allí, con dolor de cabeza, con cientos de dudas y una novia enojada a quien no podría explicarle lo que ni yo entendía.
Bien, después de una mañanita pesada y ver lo mismo durante cuantro horas tu historia me puso contenta =P
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