noviembre 20, 2011

Los días que pasé del otro lado. (canción No.2)

Por Abraham Ramírez


Canción 2
Mascarada.




     Es domingo 27 de abril de mañana.  Me despierto con ganas de un abrazo, de un cariño; pero no hay nadie cerca que pueda donármelo.  Hace meses que estoy sola.  No hay nadie cerca.  El domingo es el día más triste de todos, porque el mundo se me hace grande y las horas muy largas.  Todo parece vacío.  Todo.  El refrigerador no cambia el panorama.  También está vacío.  Lo cierro y me regreso a la cama molesta.  Hace meses que estoy molesta.  Enciendo el televisor.  También está vacío. No vale la pena aumentar la cuenta de la electricidad por la basura que suelen programar los domingos.  Estoy muy harta.  Hace meses que estoy harta.  Me levanto de nuevo y voy al baño a mojarme la cara frente al espejo.  Pongo el tapón del lavabo y lo dejo llenarse.  Sumerjo la cara una vez.  Dura demasiado.  No puedo respirar.  Descanso un poco y luego lo repito.

     Ayer por la noche llovió muy fuerte y cuando cesó,  una gotera en el patio no me dejó dormir.  No quise salir porque tenía mucho frío.  Hace meses que tengo frío.  Por fin voy al patio a callar esa gota ruidosa que me agrede.  Que me enerva.   La tina que utilizo para hacerme la pedicura está rebosante, y el tubo del techo está obstruido por basura del árbol que usabas como juego.  Arreglo todo para que no haya más ruido.  También el tanque del lavadero está lleno de agua.  Más hojas.  Meto la mano para sacarlas, pero algo me toca y lo que saco es mi mano.  Me asomo y no logro ver nada más que las hojas amontonadas en el desagüe, aunque, al parecer hay algo ahí, algo brilla, pero eso no pudo haberme tocado.  Hay algo dorado entre las hojas.  Me explico que pude haber tenido un percepción equivocada de la realidad por los nervios, que nada de eso pudo haberme tocado.  Me armo de valor y meto de nuevo la mano.  El objeto que brillaba es un antifaz, un antifaz dorado.  Tiene un relieve en medio de los orificios para los ojos, es una figura geométrica, como una estrella con las puntas redondeadas.  Me parece familiar, pero hay tanta publicidad en la calle que pude haberla visto en cualquier lado.  Sacudo la máscara y me la pongo.



     Se siente bien, sumerjo de nuevo mi mano.. no, no la sumerjo, ya no hay agua, tampoco hojas.  Debí removerlas cuando saqué la máscara.  Regreso a la cocina y sin meditarlo abro de nuevo el refrigerador, aún sabiendo que está vacío; pero ya no está vacío, hay toda clase de platillos deliciosos y muchas frutas aromáticas.  ¿Será posible que mi mente afectada me está jugando otra travesura?  Pero no, todo es real, lo puedo tocar, lo puedo comer.  Debió ser al revés, mis nervios y mi depresión me hicieron ver todo vacío, eso debe ser.  No puedo creer lo llena que estoy, atrás de una pasta italiana estaba escondido un recipiente con un postre raro, elegante y muy apetecible, me como un pedazo... luego otro... Ya no puedo comer más, siento que reviento de felicidad; el domingo se ha vuelto, de repente, un día feliz; ¡es mi mejor día!

     Suena el timbre.  Me levanto de un salto y corro a la puerta, la abro y ahí estás tú, tanto que deseé que volvieras, que vinieras, que me abrazaras muy fuerte aunque sólo fuera una vez y si querías irte podrías hacerlo; y hoy aquí estás, pero hoy no quiero verte, estoy feliz, no necesito abrazos ni cariños ni nada, no te necesito a ti ni a nadie más.
-Amor, perdóname, no puedo dejar de pensar que me porté como un tonto, no quise lastimarte- dices con esos ojos que me encantan, no, que me encantaban, porque hoy estoy feliz y sólo puedo pensar en otras cosas, quiero brincar, quiero bailar, quiero volver a comer, ¡quiero! Te cierro la puerta en la cara y regreso corriendo al refrigerador, bailo, sonrío, doy marometas, ¡estoy feliz!

     Al hacer una pirueta exagerada mi antifaz se me cae.  Quiero volver a ponérmelo pero no lo alcanzo.  Está tan cerca y no lo alcanzo, miro mi brazo y me asusto horrible. Está más delgado que nunca y no, no parece funcionar.  Mi cuerpo tampoco responde, no puedo moverme.  Me miro las piernas, parecen dos palos, de esos que visten las escobas.  No los puedo mover, estoy desesperada; creo que lloro, pero no salen lágrimas de mis ojos ni sonidos de mi boca.  Estoy tirada en el pasillo.  Veo sólo una parte de la cocina, no podré nunca llegar al teléfono para pedir ayuda.  Quizás tú sigas ahí, tras la puerta, si tan sólo pudiera gritarte, tú me levantarías tan fácil, siempre lo hiciste tan fácil... pero no puedo hablar.  Miro de nuevo hacia la cocina, el reloj marca las 2:07, el refrigerador está abierto y vacío y el calendario dice: domingo 2 de junio.

1 comentario:

  1. Parece un mundo muy loco ese que describes. Me gustó el relato, al final sentí feito pero me gustó.

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