Por Abraham Ramírez
Fueron horas demasiado largas y pesadas. Esperando ahí, sentado, de pié, caminando, recargado en la pared, dando vueltas a la sala, luego sentado de nuevo; me sentía incompetente. Me lamenté por no haber tenido mejor fortuna, por no haber estudiado una carrera universitaria, para ser yo mismo, el cirujano que operara a Ariadna. Por mi mente pasaban diferentes escenas de lo que podría estar pasando allí adentro. Me imaginé múltiples guiones, algunas veces tan fatales que tenía que cortarlos cerrando los ojos con todas mis ganas, con toda mi concentración, y así poder re-diseñarlos para que ni mi hermosa esposa ni el bebé sufrieran. La luz de las lámparas ya me molestaba. Quería que mi espera culminara, como en las películas, con el llanto de un bebé que exige a su madre, con la nueva madre, feliz, abrazándolo y con el médico saliendo a informarle al padre que todo salió bien. Pero mi vida completa, distaba mucho de ser 'como en las películas'.
Después de cuatro terribles horas, al fin el médico salió, me llamó con señas al encontrarse con mi vista desesperada y en unos segundos refutó todas mis versiones de forma tajante y fría:
-Su esposa está grave. Para el bebé fue demasiado tarde. Ahora el problema es que, al intentar rescatar al bebé, dañamos la matriz de su esposa, tuvimos que extirparla. Ella no podrá volver a encargar. Lo siento mucho, pero todos sabíamos lo complicado del caso. Si ella aguanta esta noche, con los medicamentos y algunas unidades de sangre que le pondremos, es probable que mejore. Necesitaremos dos donadores. ¿Qué tipo de sangre tiene usted?
Es increíble la vida. Es más increíble la muerte. Todos quisiéramos firmar un contrato en el que alguien, pudiera garantizarnos que nuestras personas amadas no morirán antes de nosotros. Pero nosotros podríamos ser lo más amado, para otra persona, que también firmara el contrato. Me preocupaba mucho mi Ariadna. ¿Se deprimiría tanto por nuestro hijo que dejaría de luchar? ¿se rendiría? ¿me quedaría, de repente, sin ambos? Ya era demasiado doloroso ver como 'pasado' lo que debía ser 'futuro'. Todos mis sueños de mí mismo siendo padre, quedaban ahí, truncados para siempre.
Resultó que medio litro de mi sangre rara equivalía a uno completo de otras más comunes, así que basté yo como donante. Faltaban minutos para las 3:00 a.m. cuando me permitieron, por fin, entrar a ver a mi esposa. Ella descansaba con sedantes, en una habitación bastante fría. Tendida allí, tan pálida y demacrada, se veía más pequeña de lo que en realidad era. Su carita estaba transfigurada. Sus brazos habían adelgazado tanto, que parecían de otra persona. De alguien con mucho más edad. Le besé la frente. Después, besé también sus manos. Toqué sus pies y me sorprendió lo helados que estaban. Con caricias y besos les devolví la temperatura. Ariadna estaba tan rendida, que ni mi tacto en sus cosquilludos pies le significó algo. Esa noche vacía y fría, se convirtió en la más terrible de mi vida. Incluso más dolorosa que la primera noche, después de que murió mamá y me di cuenta de que nos habíamos quedado solos. Perder a un padre, o como en mi caso, a ambos; es muy doloroso... pero perder un hijo y no saber si también serás despojado de tu amada esposa, es algo más desgarrador.
Puse una silla al lado de su cama y con cuidado, recargué mi cabeza junto a la suya. Comencé a hablarle con susurros al oído, a decirle lo mucho que la amaba y que todo saldría bien, que no me dejara, que juntos hallaríamos la forma de volver a ser felices. Ella, apretó un poco más sus ojitos cerrados y pareció dibujar una sonrisa en su hermosa carita. Con lágrimas, tibias aún; cerré los ojos y me quedé dormido, tocando con mucha ternura su manita... llena de agujas y mangueras.
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