Por Abraham Ramírez
El día que mi estado civil cambiaría definitivamente había llegado por fin. Yo tenía 35 años cumplidos y Ariadna 25. El juez del Registro nos hizo varias preguntas. Cotejamos nuestros datos y firmamos. Los invitados eran pocos, después de todo, así debía ser. Ariadna no tenía familia, no moralmente. Mi familia estaba allí, toda, excepto Pedro que no pudo darle un saltito al océano Atlántico, pero en cambio, había mandado un vestido hermoso desde parís. Mis hermanos y sus conocidos nos echaban porras y gritaban ¡arriba los novios! mientras Octavio y su banda tocaban canciones románticas de estilo rondallezco (no les conocía esa faceta, tan diferente a la de justicieros anónimos). Salimos del Registro civil y todos fuimos a la casona de Santiago, ahí, mis hermanas habían arreglado el patio de Octavio con flores y moños de colores. Se veía divino. Ariadna estaba muy feliz; me abrazaba, lloraba, me besaba, me decía te quiero, me volvía a abrazar y lloraba de nuevo. Yo sólo podía sonreír. Mi corazón latía de un modo desconocido para mí. Todo parecía un sueño (raro y perturbador, jeje). Llegó un fotógrafo profesional y nos retrató de mil formas. En seguida entraron los mariachis cantando 'la gloria eres tú', comenzaron a servir la comida y todos nos fuimos acomodando. Las niñas de la tortería, las amigas de Lucha; se movían, entre las mesas, como peces en el mar repartiendo platos por aquí y por allá. Fue muy oportuno casarnos en domingo, de otro modo no hubieran podido asistir. Cuando los mariachis terminaron su turno y casi todos íbamos acabando de comer, Darío encendió el tocadiscos y comenzó el baile. Tomé la mano de 'mi esposa' y la llevé a la pista. La primera canción que bailamos fue 'nocturnal' cantada inigualablemente por Pedro Infante. Todos aplaudían, pero yo no podía dejar de mirar a mi Ariadna y sonreír, le prometía que iba a hacer todo y más para que fuera completamente feliz, ella me decía 'ya lo sé, es lo único que has hecho desde que te conozco'. Nos besamos una y otra vez y los demás, poco a poco, nos dejaron de ver tanto. La fiesta terminó cerca de la media noche, pero Ariadna y yo nos habíamos ido antes a un hotel del centro a pasar nuestra noche de bodas.
No tenía ni la menor idea de qué hacer o cómo empezar. Después de todo, mi acercamiento más íntimo con otra mujer, lo tuve con Margarita, y fue un único beso, debut y despedida. Ya había rebasado con creces esa cantidad de besos desde que me hice novio de mi ahora esposa. Ahora se me ocurren muchísimas maneras de haberlo hecho, de haberme acercado. Ariadna me pidió ayuda para desabrocharse el vestido y quitarse cuanta cosa le habían puesto mis hermanas en el cabello para verse linda. Mis manos temblaban emocionadas y tontas. Poco a poco, su cabello lacio y brillante de color negro, volvía a su forma natural. Después, su cuerpo, también lo hizo. No relataré con detalles nuestra primera vez, no sería de caballeros, pero sí puedo decir que estuvo pintada de color azul y morado, de magia, de blanco y rosa, de cariño, de verde limón, de estrellas, de agua, de perfume, de ternura y de placer lleno de amor. Amar es necesario para hacer el amor. Si no se ama, estar con una mujer no pasa de un simple juego del deseo y eso nunca podrá competir ni acercarse a lo sublime de yacer, cansado, junto a la mujer que amas. Ariadna era el amor de mi vida, mi esposa, mi compañera, mi amiga, mi confidente, mi motivadora, mi escudo, mi protegida, mi sueño realizado, mi razón. Eso fue muy suficiente para hacerla feliz y ella me hizo feliz a mí. Dormimos abrazados, por primera vez. Oler su piel y su cabello era más de lo que podía soportar mi corazón aniquilado y rendido, me volvía completamente loco la cercanía a su perfume, su toque, ya no quería dejar de abrazarla, sentía que me estorbaba el cuerpo para estar más cerca de ella. Hicimos el amor más de una vez esa noche.
A la mañana siguiente, cansados y desvelados, nos tuvimos que levantar para que el autobús a Veracruz no nos dejara. Teníamos, al anochecer, un tour guiado por el malecón, Sn. Juan de Ulúa y no sé qué lugares más, cosas de la agencia de viajes que contrató mi hermanito Juan para organizarnos luna de miel. Viajamos casi 8 horas, de las cuales, Ariadna durmió casi 7. Yo no pude dormir mucho, pero el cansancio se me quitó al ver el color naranja del mar. Tenía 35 años y era la primera vez que me paraba frente a él y respiraba su aliento húmedo. Ariadna ya había estado antes en una playa, de niña, con sus padres, había visitado Acapulco. Con la emoción, nos olvidamos de los planes de la agencia y después de dejar nuestras chácharas en el hotelito, nos fuimos juntos a caminar, descalzos, por la playa. Esa noche tomamos un café lechero riquísimo en 'La Parroquia', sitio fundado en 1808, según presumía su leyenda, pero con todo y los 160 años que ya tendría para entonces, dejamos el piso lleno de la arena que se desmoronaba al secarse y se desprendía de nuestros pies desnudos.
Nuestro viaje fue muy corto, pero suficiente para saber que nada ni nadie podría separarnos nunca más. Ariadna era necesaria en mi vida y yo en la de ella. Cuando regresamos a la casa, dos días después, nos encontramos una nota de Lucrecia en la mesita de la cocina.
'Hermanitos, me voy a vivir con Lucha porque quiero que estén completamente libres de hacer un hogar nuevo. Los quiero mucho y sé que serán muy felices.'
Abracé a Ariadna y con una sonrisa de oreja a oreja (pero con una lagrimita metiche también), doblé la notita y sin prisa, pero con libertad, empecé, con mi esposa; a construir nuestro nuevo hogar, como lo pidió Lucrecia. Fueron días esplendorosos. Los merengues quedaban más ricos que nunca. La casa también sufría cambios, la pintamos, la reparamos; la rehicimos casi, casi. La vida era nueva completamente. No había nada que nos pusiera tristes, nada por qué llorar, nada ni nadie. Bailábamos, leíamos, inventábamos, jugábamos, trabajábamos... todo giraba perfecto, como un motor nuevo, como una bicicleta recién engrasada, como una pelota en el parque. Pasaron los días. Una mañana, después de repartir los merengues, mi Ariadna se puso mal, le dio por devolver el desayuno. Se repitió varios días y preocupado la llevé al médico. Él, después de hacer las preguntas correspondientes, nos dijo: Señores Ybarra, es muy probable que estén esperando una criatura.
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