mayo 07, 2012

Gabino (Parte 12)

Por Abraham Ramírez


     Octavio era un tipo agradable.  Lo que pasó con Marcos fue un asunto de muchachos.  No podía guardarle rencor por mucho que me doliera la pérdida de mi hermanito.  Me sorprendió, que en tan poco tiempo, el bárbaro tenía ya un plan de acción, todo estaba sucediendo como en una novela policíaca.  Mis tres compañeros estaban ya conscientes de lo que había de hacerse.
-Mire Don Gabino, no nos conviene que se sepa quienes somos, porque ese tipo es de los picudos, nos puede fastidiar cuando le plazca.  Lo que tenemos que hacer es asustarlo.  Que sepa que no puede andar haciendo lo que le venga en gana con la gente, porque lo estamos vigilando y no nos gusta.  Vamos a hacerla de vengadores enmascarados.  El plan es este.  Lo citaremos en los suburbios, cerca de donde, discúlpeme usted de nuevo, murió Marcos.  Ahí hay una casa que podemos usar, es perfecta para este tipo de asuntos.  Ahora mismo conseguiremos la llave, en el billar de la 15.  Ya estamos muy cerca.
-No entiendo nadita.  ¿Para qué la casa? ¿Cómo vamos a citarlo?
-Ah, pues verá usted,  eso se lo explicaré a su momento.   Ya llegamos, espéreme aquí con los muchachos, entraré rapidito.

     Nos quedamos un momento afuera, pero casi inmediatamente salió Octavio con otros dos tipos, estos con pinta de maleantes, y con la llave.  Ya éramos seis.  Caminamos hasta una casona cerca del barrio de Santiago, Octavio tocó la puerta de un modo especial, esta se abrió rechinante e invitadora.  Entramos en bolita y allí encontramos a otros dos amigos de Octavio, casi niños, con cara de astutos, pero casi niños.  Nos sentamos en las escaleras del patio y nuestro comandante explicó el asunto que nos reunía y el problema en el que yo estaba metido.  Daba la casualidad de que uno de los más nuevos compañeros de la banda, era hermano de una de las niñas que estaban en casa del licenciado Plutarco Benítez, de donde habíamos salvado a Leticia.  Él también quería, de algún modo, regresarles algo del mal que le habían hecho a los del grupito de ricachones abusivos y si fuera posible, rescatar a su hermana en algún momento.  Nos preparamos para salir y mientras los muchachos se apresuraban a la puerta de la casa, Octavio me apartó y me llevó a una salita en la que había un teléfono.  Levantó el auricular y marcó un número que traía en un papel que sacó del bolsillo izquierdo de su pantalón y le contestaron casi de inmediato.
-Buenas tardes, por favor con el licenciado Julio. Sí, sí. Bueno, ¿Licenciado? Aquí Gabino, sí, sí, Gabino - me hizo mueca de pregunta y se encogió de hombros.
-Ybarra - Le susurré.
-Gabino Ybarra.  Ya se donde está Margarita.  Está escondida en la casa amarilla que está cerca de la harinera, sí como a dos kilómetros.  Sí, esa.  Mire licenciado, yo no quiero problemas.  Ya cumplí, por favor déjeme en paz a mí y a mi familia.  Sí.  Sí, pero apúrese, porque según me dijo, se piensa ir mañana muy temprano de la ciudad y si se le escapa yo ya no tengo nada que ver.

     Octavio colgó el teléfono y se rió con mucho placer.  Luego me movió la cabeza para que lo siguiera y salimos rápidamente a la calle, ahí, los muchachos estaban ya subidos en un camión de carga con el motor encendido.
-Vámonos rápido don Gabino, porque estamos más cerca que ellos, pero esta cosa no corre mucho que digamos.
-Vámonos - le dije, y nos trepamos en la cabina junto al conductor.

     En realidad sí llegamos rápido.  Nos bajamos del camión y entramos a la casa mientras el chofer iba a esconder el ruidoso vehículo.  Octavio nos explicó el operativo dos veces y luego nos acomodó por parejas en cuatro puestos de acecho.  Me alarmé un poco al ver las armas de fuego relucir con la luz de la luna que entraba por la ventana, pero no tenía otra opción, no me iba a poner de moralista a esas horas.  Me congratulé bastante al ver a todos obedecer tan rápido y guardar silencio.

     A los pocos minutos escuchamos un auto que se acercó, se quedó un rato detenido afuera con el motor encendido, pero después de unos segundos el sonido cesó, dando paso al ruido de dos puertas que se cerraron, una inmediatamente después de la otra, casi sincronizadas.  Uno de los vigías le hizo señas a Octavio y este me volteó a ver y me dijo susurrando: 'ahí viene el viejo desgraciado, en persona'.  Entraron a la casa y el licenciado gritó llamando a Margarita.  Obviamente nadie contestó.  El muy idiota creía que Margarita, si estaba allí, iba a salir y corriendo se echaría en sus brazos para amarlo hasta la muerte por encontrarla y hacerla de nuevo desdichada.  Era un cínico bien hecho.  Volvió a llamar una y otra vez.   Yo estaba sorprendido de que sólo hubiera venido con uno de sus matones.  Era tan presumido que de verdad creyó que yo estaba tan asustado que había podido traicionar a mi Margarita, a mi musa, entregarla a cambio de mi tranquilidad.  No me conocía nada.

     En verdad no podía creer que el estúpido no había sospechado nada.  De repente me descubrí gozando el momento, me saboreaba ya la paliza que habríamos de darle a ese viejo cochino, ya me hacía recuperando mi vida normal y la de Lucrecia.  Lo que no me esperaba y hasta la fecha me da escalofríos recordar, es que de la nada, bueno, más bien, de la planta alta de la casa, por las escaleras retorcidas y macabras, entre la oscuridad de la nueva noche, Margarita apareció.





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