abril 17, 2012

Gabino (Parte 7)

Por Abraham Ramírez


     Los pajaritos habían dejado de cantar ya.  Creo que pasaban de las 10, porque el sol estaba quemándome.  Metieron a Margarita a una oficina.  Yo trataba de saber lo que sucedía, me colé de nuevo a la comandancia, pero no podía escuchar nada.  Los agentes no me permitían pasar, obviamente.  Terminaron sacándome entre dos hasta la banqueta de la calle.  Ese día no trabajé, ni comí.  Me quedé ahí esperando saber algo de mi Margarita.  Pasaron las horas, tan lentamente como el movimiento del sol, con pesadez amarga.

     Serían como las seis de la tarde, porque las urracas ya comenzaban a repletar los árboles del parque de enfrente, cuando vi que el oficial Octavio, ese que fuera 'conocido' de Marcos, llegó al lugar.  Me saludó con una cara avergonzada y yo le correspondí el saludo con una seria; pero inmediatamente pensé que él podría ser mi informante, después de todo no podría negarle nada al hermano de su 'amigo caído'.

-Oficial Octavio, necesito un favor- le dije.
- Usted dirá Don Gabino, ya sabe que si en algo le puedo ayudar, nada más me dice...
- Pues por eso.  Mira Octavio, en la mañana trajeron a una dama llamada Margarita, no sé por qué, pero quiero que tú me lo digas.  Quiero que me cuentes con lujo de detalles por qué la trajeron y cómo puedo ayudarla.
-Vamos, pero ¿la conoce usted?
-No, sí, un poco ¿me vas a ayudar o no?
-Bueno, está complicado, pero déjeme ver.  Espéreme usted allá en el parque, pero en la otra esquina,- me dijo susurrando- para que no nos vean.
-Bien, allá te espero.

     Después de casi una hora llegó Octavio al punto de reunión acordado:
-Mire Don Gabino, la cosa está así:  La única señorita que está ahí no se llama Margarita.  Su nombre es Leticia Rosas.  Está acusada de intento de homicidio; el del señor licenciado Plutarco Benítez, abogado y juez.  Nada más para que se de una idea.  Me cuentan allá adentro, que ella ha negado todos los cargos, pero nadie le cree porque todos los hechos la condenan.  Está esperando que el susodicho pueda contar su versión.
-Bueno ¿y eso cuándo pasará?
-Pues cuando el señor licenciado Benítez se recupere.  Está en 'La Casa de salud' de la sociedad española.
-Bueno, y a todo esto ¿cómo se supone que sucedió el atentado?
-No estoy bien enterado de eso, tendrá usted que esperar.
-Muy bien, gracias Octavio.  Sólo una cosa más.  ¿cuánto tiempo estará detenida aquí la señorita?
-Pues me imagino que hasta que despierte el licenciado, o hasta que se encuentren nuevos hechos que la incriminen o exoneren, vaya, que aclaren el caso.
-Sí, entiendo, gracias de nuevo Octavio.

     Me despedí y con decisión firme marché a 'La Casa de salud'.  Debía saber qué tal estaban las cosas por ahí.  Gracias a los ojos verdes que mi padre me heredó me dejaron pasar los gachupines de la entrada.  Busqué información sobre el tal Plutarco Benítez.  No estaba su nombre en el tablero de madera.  Si estaba grave, era probable que estuviera en el área de cuidados intensivos.  No había forma de saber sin preguntar, y eso era precisamente lo que no quería hacer.  Le di vueltas al asunto, hasta que una enfermera muy amable me preguntó si podía ayudarme en algo.
-Sí gracias, me gustaría saber como se encuentra mi tío, el señor Plutarco Benítez.
-Ah, pues mire, el licenciado está muy grave todavía, no conseguimos donante para él, porque, como ya debe saber usted, su tipo de sangre es muy raro, casi nadie la tiene.  Si no encontramos rápidamente un donante, no le aseguro que aguante la noche.

     Era preocupante la situación.  Estaba ya preparándome para salir y regresar a esperar en la delegación de policía, cuando la enfermera amable, acompañada de un médico de pequeña estatura y cabello colorado, me alcanzó antes de que cruzara la puerta de entrada.
-Señor, si usted es su pariente podría tener el mismo tipo de sangre que su tío ¿sabe usted qué tipo de sangre tiene?
-No señorita, no creo que alguna vez lo haya sabido.
-Pase, pase, le haremos un análisis urgente para saber.
-Bueno, está bien.

     Regresamos al hospital.  Comencé a preocuparme, porque mi mentira de que era su sobrino se descubriría de un momento a otro, por una pregunta sobre mis datos, por los auténticos familiares o por cualquier otra razón, pero valía la pena intentarlo, después de todo, si el tipo se salvaba, mi Margarita no la pasaría tan mal, por lo menos no estaría acusada de homicidio.  Me metieron a un cubículo con paredes de madera.  Era frío, o yo tenía frío tal vez, porque no había comido nada en todo el día.  Me sentía cansado.  No me había dado cuenta hasta que me recosté en la camilla.  La enfermera amable me amarró algo en el brazo y me metió una aguja.  Vi un poco de mi sangre salir y llenar un tubo.  Luego otro.  Me quedé dormido.

     Me despertó el médico ese de cabello rojo.  Entreabrí los ojos y vi su cara pecosa y desagradable.  Al lado suyo estaba un oficial de policía.

-Ya sabemos que usted no es el sobrino del licenciado.  Su conducta no puede ser más sospechosa y este oficial ha venido a detenerlo.  Lo curioso del caso es que tiene usted justamente el mismo tipo de sangre que el licenciado.  ¿Quiere usted donarla de todos modos?
-Sí. -Contesté-  Sí quiero.




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