abril 09, 2012

Gabino (Parte 5)

Por Abraham Ramírez


     Su nombre era Margarita.  Margarita, está linda la mar.  Margarita del campo... del prado... del parque.  Me quedé en pausa no sé cuánto tiempo.  De repente me di cuenta de que ella seguía allí, sentada a mi lado, contándome sus historias y por mi alelamiento me las había perdido.  Me concentré, dejé de imaginarme las mías propias, donde ella, de repente; se había convertido en la protagonista y estrella exclusiva.  La analicé minuciosamente mientras me contaba un cuento sobre un perrito que paseaba con su dueña:

-Ese can viejo y con ojos tristes que va allí con la anciana de cara enojada y chal de estambre, tejido en casa y de color púrpura, está triste porque su dueña acaba de enviudar.  Ella siempre maltrató a su marido porque era un hombre de pequeña estatura y complexión delgada,  y aunque siempre fue bueno con ella, el pobre no llenaba sus estándares del hombre ideal, que debía ser como su padre: grande, robusto y con bigote abundante. En fin, el problema es que ahora, que el viejo delgado descansa por fin, ella descarga su maltrato acostumbrado en el pobre perro, que tampoco es que provoque miedo o mucho respeto cuando lo miras.  Así que esos ojitos de sabueso van suplicantes de recibir pronto el descanso merecido, igual que su amo.
-¿En serio?  Yo hubiera creído que estaba triste porque la vieja cocina hígado todos los martes, y le da lo que sobra.  Él odia el hígado porque, como ya casi no tiene muelas, no puede masticarlo bien y éste le provoca dolor de panza y también insomnio.
-Bueno, pero hoy no es martes, es miércoles.  Peor aún, porque los miércoles la vieja malvada prepara para la cena caldo con huesos de su marido, al que ella asesinó en un ataque de celos y con mucha facilidad, debido a que éste estaba muy anciano y enfermo, además de que él nunca la hubiera maltratado porque la quería entrañablemente.  El perro, que de seguro se llama Bruno; fue testigo del crimen, y aunque obviamente no se come el guiso macabro, se lamenta de tener que seguir viviendo bajo el mismo techo que su ama.
-Claro, puede ser, pero ¿por qué no simplemente se escapa?
-Porque en el fondo es como yo, piensa que todavía hay algo de bondad en el corazón marchito de la anciana y quiere estar presente cuando ese matiz de luz salga y  pinte los últimos días de la vieja...

     Antes de que pudiera contestar y añadir una línea más a nuestra historia, Margarita se levantó violentamente y corrió al centro del parque, donde un hombre muy bien vestido, con traje de color blanco, bigote abundante y un terrible monóculo, la recibió con una bofetada.  Yo estuve a punto de levantarme y correr hacia allá para defenderla de ese tipo, pero ella se arrojó a sus brazos y lo besó en los labios.  Fue como un golpe en la cara para mí.

     Me fui a casa inventándome una historia tras otra sobre Margarita.  ¿Por qué no podía dejar de pensarla si acababa de conocerla? No era nada mío.  No podía amarla con tal rapidez, eso era imposible.  Margarita.  ¿A caso sería una de esas niñas ricas que besan a sus padres en la boca? ¿Ese tío tan bruto sería en verdad su padre o sería su marido? La duda me mataba.  Al día siguiente regresé a la misma hora al parque pero no vino.   Parques, plazas, atrios y hasta un cementerio y no la encontré por ningún lado.  Pasaron meses y yo no podía sacarme de la cabeza a una mujer que sólo vi un día y por sólo media hora aproximadamente.

     Había algo más que me inquietaba. Cuando Margarita explicaba aquello de que el perro tenía una esperanza extraña de que la vieja cambiaría, dijo: 'es como yo'.  Ella también esperaba eso de la gente, era paciente y creía que en todos hay algo de bien que intenta salir todo el tiempo, ¿lo esperaba de todos o sólo de ese tipo del traje blanco y el mostacho repleto?  De la nada, mi mundo se volvió Margarita.  A todas horas pensaba en ella.  Mis merengues tenían cara de Margarita.   También mis hermanos y mis clientes.  Era horrible.  Una noche decidí no pensar más en ella.  Sí, era perfecta para mí, era hermosa, tenía lindas manos, unos ojos tan encantadores y llenos de luz y además compartía conmigo mi querida afición a inventar historias, incluso con una capacidad más desarrollada y divina.  Pero Margarita, fuera quien fuera en realidad, debía salir de mi mente ya.

     Volví a mi rutina.  Todas las tardes, después de acabar con mi trabajo; me buscaba un lugar tranquilo para ver a la gente pasar e inventarles historias; poco a poco recuperé la serenidad y descubrí una nueva forma de reflejar mi hábito; comencé a escribir.





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