Por Abraham Ramírez
Había una vez, en una ciudad con nombre de casa de ángeles, un hombre llamado Gabino. Este, era de un tipo especial de persona, que no sabe cómo explicarse su propia vida, pero trata todos los días de hacerlo.
Yo no sabía quién era Leticia Rosas. De repente me di cuenta de que no tenía nada que hacer ahí. Estaba cansado y me sentía tonto. El viejo me miró con ojos de escopeta, de escopeta cuata, de esas de doble cañón. Aunque uno de ellos estaba tapado por el monóculo, se alcanzaba a distinguir por detrás de este; y estaba igual de enardecido que el desnudo.
-Buenos días.. tardes... la verdad es que no conozco a la señorita Leticia Rosas. Estuve hace un momento en la delegación y ahí me han pedido, que viniera a buscarla a usted, señorita Rosas, para avisarle que la señorita Leticia, que creo que es su hermana, está detenida desde ayer.
-¿Cómo?
-Te dije que esa muchacha iba a terminar mal. Te lo dije, si lo sabré yo. Conozco a las mujeres de su tipo. Pero ni creas que te voy a dejar ir, ¡ya me imagino! permitir yo que vayas tú a esos lugares. -Dijo el viejo sin un ápice de empatía en sus palabras. Era tan antipático el desgraciado. Y a estas alturas yo todavía no sabía qué carambas era este señor para Margarita.
-Gracias, en verdad le agradezco mucho. -Me dijo ella con una sonrisa. Hubiera sido suficiente con eso para mí. Tenía la voz de terciopelo. Y su sonrisa, aún esa manchada de angustia, era un placebo para mí espíritu cansado.
-De nada -dije cortésmente- si hay algo más en que le pueda ayudar lo...
No había terminado mi frase cuando el viejo tomó a Margarita del brazo y la llevó hacia adentro. Yo me quedé unos segundos ahí, viendo como entraban en la casa. ¿Era ya la hora de hacerme a un lado? No sabía qué hacer. Sólo quería estar tranquilo.
Me dispuse a irme, cuando la muchacha, la sirvienta pues; me llamó. Estaba medio escondida a la orilla de la barda, debajo de una planta de bugambilia. Me habló detrás de la rejilla.
-Dice la niña Margarita que si podría 'asté' esperarla en el parque de enfrente de la delegación en dos horas.
-Sí, claro, dígale que con todo gusto. -Y antes de que pudiera decirle más se echó a correr como conejito y se metió, también, en la casa.
Ahí estuve puntual y ya con el estómago más tranquilo. Eran cerca de las tres. Lo recuerdo porque el cielo se veía como el de ahora, manchado con una capa blanca de luz que no deja que el azul domine. Margarita llegó con cara de preocupación casi media hora después que yo, me saludó apurada y en seguida se encaminó a la delegación. Yo la seguí. Cuando entramos, a todos pareció sorprenderles el gran parecido de mi acompañada con la detenida. El sujeto de detrás del mostrador la saludó y le indicó que pasara a su oficina. Margarita me miró, me tomó del brazo y sin decirme nada me hizo ir con ella. En otras circunstancias, hubiera yo flotado como un tonto.
-Mire usted señorita, su hermanita... ¿es su hermanita verdá?
-Sí señor, somos hermanas.
-¡Seguro, si son idénticas! Bueno, prosigo, su hermanita está detenida por intento de homicidio. Según algunos testigos, trató de asesinar a su benefactor, el licenciado Plutarco Benítez.
-Pero, no puede ser, ella... -balbuceó Margarita, pero fue inmediatamente silenciada.
-No, no, si yo opino lo mismo que 'usté', pero así están las cosas. Lo que ahorita estamos esperando es que salga el licenciado del hospital. Parece que ya se encuentra mejor. Cuando esté en condiciones de dar su declaración sabremos si, efectivamente, su hermanita fue o no, quien lo atacó.
-Bueno, está bien. ¿Puedo ver a Leticia?
-Claro, si para eso la mandamos a traer con este caballero, para que hable 'usté' con ella. Venga conmigo, la llevo a los separos.
Pasaron cerca de quince minutos. Margarita salió con lágrimas en sus ojos redondos. Me dijo 'vámonos' y la acompañé. Salimos de la delegación y cruzamos la calle. Se sentó en una banca del parque y yo la imité. Se quedó callada un momento y luego me contó su historia.
-Gabino, ¿si es su nombre Gabino verdad?
-Sí, ese es - le dije.
-Sí, Gabino el inventor de historias. Ahora te contaré otra, no tan buena. Leticia y yo somos huérfanas. Nuestros padres murieron cuando éramos niñas y crecimos en un orfanato en la capital. Leticia y yo siempre hemos sido muy unidas. Yo la quiero como una madre, porque siempre cuidó de mí. Hasta ahora lo hace. El licenciado ese, al que quiso matar, porque sí lo hizo; es un maldito. Hace unos años, cuando teníamos trece, mi hermanita fue visitada por él, allá en el orfanato. A los pocos días le dijeron que preparara sus cosas porque se iba. Por más que suplicamos y peleamos porque no nos separaran, pudimos muy poco. Tres hombres trajeados la tomaron y la trajeron aquí, a la casa del maldito este. Desde ese día mi hermanita ha sido burlada y ultrajada por él. La hizo su amante a fuerza. A mí me iban a hacer lo mismo, lo sé, por eso escapé unos días después de que se la llevaran. Como pude vine a aquí, pues había descubierto en las oficinas de la casa hogar, la dirección de este infeliz. De esto que te cuento ya han pasado muchos años. Obviamente no sabía que hacer al llegar, no tenía donde pasar la noche, así que una vez me salté a la casa donde ahora vivo, a dormir en el jardín. Julio, ya sabes quién es, me descubrió y me prometió su ayuda cuando le conté todo. Pero ¿sabes qué? después de todos estos años no ha hecho nada, a pesar de ser juez y tener mucha influencia. A cambio de su ayuda me ha hecho su mujer ante todos. Yo nunca he dejado que me toque. No lo amo. Domitila, ya sabes, la sirvienta, me cuenta que Julio y el malnacido de Benítez siempre han sido amigos. Yo pude ver a Leticia en una fiesta a la que me llevó Julio hace un par de años. Servía las mesas y con ella, otras mujeres, algunas aún más jóvenes. Logré hablarle un momentito en privado, y me contó todo lo que ha pasado la pobre. Todas las demás que servían también estaban ahí contra su voluntad. Algunas son huérfanas como nosotras, pero otras no. Fueron quitadas de sus padres como pago de deudas o cosas parecidas, todas han sido violadas... -Se quedó callada un momento. Sus lágrimas no dejaban de salir y yo sólo quería abrazarla y ser un refugio para ella. Yo, el huérfano que crió a una prole entera, podría cuidar a una hermana más.
-Margarita, yo voy a ayudarla -le dije tomándole la mano- le prometo que haré todo lo que pueda por...
Mientras hablaba aún, Don Julio, el viejo horrible, llegó por detrás de nosotros, levantó a Margarita del brazo y le tiró una bofetada. Esta vez no pudo pegarle, porque yo me levanté como un relámpago de mi asiento y le detuve el brazo. Lo tomé del cuello y le dije:
-Nunca más le vas a poner la mano encima a Margarita.
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